
"Anatomía de la destructividad humana", Erich Fromm
siglo XXI editores
LOS CAPRICHOS DEL PODER: El caso de José Stalin
JOSÉ Stalin: caso clínico de sádico no sexual
Uno de los ejemplos históricos destacados de sadismo mental y físico fue Stalin. Su conducta es una descripción de libro de texto sobre el sadismo no sexual, así como las novelas de Sade lo son del sadismo sexual.
Fue él el primero en ordenar desde el comienzo de la revolución, que se torturara a los prisioneros políticos, medida que hasta el momento de dar él la orden había sido evitada por los revolucionarios rusos.
Con Stalin, los métodos de tortura empleados por la NKVD sobrepasaron en refinamiento y crueldad a todo cuanto hubiera podido ocurrírsele a la policía zarista.
A veces daba él personalmente órdenes acerca del género de tortura que debía aplicársele a un prisionero. Practicó principalmente el sadismo mental de lo que quiero dar algunos ejemplos.
Una forma particular gustaba a Stalin, y era asegurar a la gente que estaba a salvo para mandarla a detener al día siguiente o a los dos días.
Naturalmente la detención afectaba a la víctima tanto más gravemente cuanto más especialmente segura se había sentido; aparte de esto, Stalin gozaba del sádico placer de conocer el verdadero destino del individuo al mismo tiempo que le daba seguridades de su favor. ¿Qué mayor seguridad y poder sobre otra persona puede caber?
He aquí algunos ejemplos concretos comunicados por Medvedev:
Inmediatamente antes de la detención del héroe de la guerra civil D.F. Serdich, Stalin brindó por él en una recepción, indicando que bebían a la “hermandad”.
Unos días antes del aniquilamiento de Blücher, Stalin habló calurosamente de él en una reunión.
Una vez fue una delegación Armenia a ver a Stalin y éste se informó acerca del poeta Charents y dijo como no había que tocarlo, pero unos meses después Charents fue arrestado y muerto.
La esposa del segundo comisario Ordzhonikidze, A. Serebrovski, habló de una inesperada llamada telefónica de Stalin una noche de 1937. “He sabido que anda usted a pie –dijo Stalin- , eso no está bien. La gente podría pensar cosas indebidas. Le enviaré un coche si el suyo está en reparación.” Y a la mañana siguiente llegaba un coche al garaje del Kremlin para uso de la señora Serebrovski. Pero dos días después detenían a su marido en el mismo hospital donde estaba internado.
El famoso historiador y publicista I. Steklov, perturbado por tantas detenciones, telefoneó a Stalin para pedirle una cita “Cómo no, venga por acá” –dijo Stalin-. Y cuando se encontraron le dio seguridades: “¿Qué le pasa? El partido le conoce a usted y le tiene confianza; no tiene por qué preocuparse.” Steklov volvió con sus amigos y familia y en la misma noche la NKVD fue por él. Naturalmente, lo primero que se les ocurrió a sus amigos y familia fue apelar a Stalin, que parecía no saber lo que sucedía. Era mucho más natural creer en la ignorancia de Stalin que en una sutil perfidia.
En 1938 I. A. Akulov, que fue procurador de la URSS y después cercano al comité ejecutivo central, se cayó patinando y sufrió una conmoción casi mortal. Por indicaciones de Stalin se llamaron del extranjero cirujanos descollantes para salvar su vida. Después de larga y difícil convalecencia volvió Akulov a su trabajo, y entonces fue arrestado y fusilado.
Una forma particularmente refinada de sadismo fue la costumbre que tenía Stalin de detener a las esposas –y a veces a los hijos- de algunos de los más altos funcionarios soviéticos o del partido y retenerlos en un campo de trabajo, mientras los esposos tenían que hacer su trabajo y humillarse e inclinarse ante Stalin sin atreverse siquiera a pedir que los soltara. Así fueron detenidos por ejemplo, la esposa de Kalinin, el presidente de la Unión Soviética, en 1937, la esposa de Molotov y la esposa y el hijo de Otto Kuusinen, uno de los principales funcionarios del komintern, y todos estuvieron en campos de trabajo. Un testigo desconocido dice que en su presencia preguntó Stalin a Kuusinen por qué no trataba de lograr la libertad de su hijo: “es evidente que hubo graves razones para arrestarlo” –dijo Kuusinen. “Stalin sonrió y mandó poner en libertad a su hijo”. Kuusinen enviaba paquetes a su esposa al campo de trabajo, pero no directamente, sino por medio de su ama de llaves. Stalin tuvo detenida a la esposa de su secretario privado mientras éste seguía en su puesto.
No es necesaria mucha imaginación para comprender la humillación extrema de aquellos altos funcionarios que no podían abandonar su puesto, no podían pedir la libertad de su esposa o su hijo y tenían que aceptar con Stalin que el arresto estaba justificado. O esas personas no tenían corazón o estaban moralmente quebrantadas y habían perdido todo respeto de sí misma y toda dignidad. Un ejemplo contundente es la reacción de uno de los personajes más poderosos de la Unión Soviética, Lazar Kaganovich, a la detención de su hermano Mijail, ministro de la industria aeronáutica antes de la guerra.
Era un estalinista, responsable de la represión de mucha gente. Pero después de la guerra perdió el favor de Stalin. En consecuencia, algunos funcionarios detenidos, que se decía, habían organizado un “centro fascista”, dieron el nombre de Mijail Kaganovich como cómplice. Afirmaban como a todas luces sugerida ( y por demás absurda), que el (un judío) iba a ser el vicepresidente del gobierno fascista si los hitlerianos tomaban Moscú. Cuando Stalin tuvo conocimiento de estas disposiciones, que evidentemente esperaba, telefoneó a Lazar Kaganovich y le dijo que su hermano habría de ser arrestado por tener conexiones con los fascistas. “Bueno, ¿y qué? –dijo Lazar- Si es necesario arréstelo”. En una discusión del politburó sobre este asunto, Stalin ensalzó a Lazar Kaganovich por sus “principios”: había aceptado la detención de su hermano. Pero dijo después Stalin que no había que apresurarse. Mijail Kaganovich llevaba en el partido muchos años y habría que comprobar todas las deposiciones de nuevo. Así se dieron instrucciones a Mikoyan de disponer un careo entre Mijail y la persona que había declarado contra él. La confrontación se llevó a cabo en la oficina de Mikoyan. Se hizo entrar a un hombre que repitió su declaración en presencia de Kaganovich, y añadió que algunas fábricas de aviación se habían montado deliberadamente cerca de la frontera antes de la guerra para que los alemanes pudieran capturarlas más fácilmente. Cuando Mijail Kaganovich hubo escuchado la deposición, pidió permiso para ir a un pequeño WC que estaba junto a la oficina de Mikoyan. A los pocos segundos se oía un disparo.
Otra forma del sadismo de Stalin era que no podía predecirse su comportamiento. Hay casos de personas que el mandó arrestar, pero que después de ser torturadas y de sufrir graves sentencias fueron liberadas a los pocos meses o años y nombradas para altos puestos, con frecuencia sin explicación. Un ejemplo revelador es el comportamiento de Stalin para con su antiguo camarada Serguei Ivanovich Kavtaradze, que una vez lo había ayudado a ocultarse de los detectives de San Petersburgo. En los veintes , Kavtaradze se unió a la oposición trotskista y solamente la dejó cuando el centro trotskista mandó a decir a sus partidarios que cesaran la actividad profesional.
Después del asesinato de Kirov, Kavtaradze, desterrado a Kazan por ex trotskista, escribió a Stalin una carta diciéndole que no estaba trabajando contra el partido. Inmediatamente, Stalin levantó el destierro a Kavtaradze. Pronto publicaron muchos periódicos centrales un artículo de Kavtaradze en el que relataba un incidente de su labor clandestina con Stalin. A este le gustó el artículo, pero Kavtaradze no volvió a escribir sobre el tema. Ni siquiera volvió al partido, y vivió de una modesta labor editorial. A fines de 1936 fueron arrestados súbitamente él y su esposa, torturados y condenados a fusilamiento. Lo acusaban de planear, en unión con Budu Mdivani, el asesinato de Stalin. Poco después de la sentencia era fusilado Mdivani. Pero Kavtaradze estuvo en capilla mucho tiempo. Y de repente lo llevaron a la oficina de Beria, donde se encontró con su esposa, que había envejecido tanto al punto de ser irreconocible. Ambos fueron liberados. Primero vivió en un hotel, después consiguió 2 piezas en un departamento colectivo y se puso a trabajar. Stalin empezó a darle algunas muestras de su favor, lo invitó a comer y una vez le hizo una visita inopinada con Beria (esta visita causó gran conmoción en el colectivo. Una de las vecinas se desmayó, según dijo, al ver “la efigie del camarada Stalin” en el umbral). Cuando tenía a Kavtaradze de invitado, Stalin en persona le servía la sopa, hacía bromas y mencionaba recuerdos. Pero en una de aquellas comidas Stalin se acerco súbitamente a su huésped y le dijo: “Y todavía querías matarme” (naturalmente, dice Medvedev, Stalin sabía muy bien, que no había querido matarlo).
El comportamiento de Stalin en este caso muestra con particular claridad uno de los elementos de su carácter: el deseo de hacer ver a la gente que tenía poder absoluto sobre ellos. Con una palabra podía matarlos, hacer que los torturaran, salvarlos de nuevo, premiarlos; tenía un poder divino de vida y muerte, el poder de la naturaleza que desarrolla y aniquila, da dolor y cura. La vida y la muerte dependían de su capricho.
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