lunes, 1 de febrero de 2010

Cuento para inocentes



RAK

LA SENDA DEL MONJE



“Hace mucho tiempo, a un monje peregrino se le dio la misión de llegar con prontitud a un pueblo lejano, que se encontraba al oriente de su monasterio. Su obligación consistía en llevar un emblema de la orden a su maestro espiritual, un hermoso obsequio de todos los jóvenes hermanos de congregación.

El monje era previsor y viendo la caminata que se le ofrecía por delante, decidió descansar tres días antes de partir, juntó agua y cecinas para el trayecto, una sombrilla para protegerse del sol imperante y una esterilla para dormir. En verdad –dijo- tengo todo lo necesario. Sentía regocijo por- que esa tarea podría distraerlo del claustro monástico y también inspirarlo para meditar en la acción acerca del presente difuso y efímero.

En la madrugada del día en que el místico inició su viaje hacia la estrella polar, un petirrojo decidió comenzar su migración hacia el norte de África.

El monje caminó por sendas dibujadas por otros romeros, que antes que él desde tiempos inmemoriales, habían hecho ese itinerario. Tal vez así –confió- este sendero por cierto ha ayudado a otros a encontrar la ruta deseada. Creyente en la multitud que lo había precedido, continuó tranquilo contando los abalorios de su rosario de alfar.

Sin embargo, comenzó a divisar que la vía se esfumaba sinuosa más adelante, confundiéndose con la arena, algunos rastrojos y piedrecillas, tal vez manchas de agua evanescente de espejismos del erial. Detuvo la marcha y trató de avizorar más adelante, hacia el vasto páramo que se presentaba amarillento, rojizo, fluctuante, misterioso. Recordó la enseñanza: “Hay muchos caminos, pero sólo uno de ellos conduce a la verdad.”

A pesar de esta elocuente sabiduría milenaria, no podía diferenciar el camino acertado ni la conducta recta ni la senda iluminada. Nada le servía, salvo su decisión de continuar con su tarea: lo único real –se decía- es que estoy en este lugar. Por un efímero segundo añoró su celda. Percibió sus latidos en el puño con el que apretaba su vasija aún confiable. Escrutó la línea del horizonte y observó que al final de esa ruta difusa él podía entrever una nube solitaria moviéndose cansina hacia el oriente. Advirtió que no había sombras a su alrededor, sólo un susurro producido por una leve y opaca brizna de brisa.

Entonces, cansado de la incertidumbre del día –se dijo- qué he de temer si sé hacia dónde voy, junto con todos los que me han antecedido. Así reinició su caminata con alegría y firme decisión, oteando la nubecilla que parecía hundirse en el cielo azul celeste al final del páramo.”

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Notas provocativas: anversos, reversos, metaversos y multiversos.

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