viernes, 5 de febrero de 2010

Crisis e identidad chilena



El carácter chileno en la crisis por pandemia


La viabilidad y dignidad de nuestro carácter individual y social son cuestiones que a mi juicio se juegan especialmente en momentos de crisis. 

¿Somos viables o dignos los chilenos o más bien estamos jodidos y nuestra idiosincrasia no sirve para resolver o salir  de las crisis?

¿Qué dicen o connotan la experiencia, la literatura, los reportajes o los ensayos sobre este asunto? ¿Qué dice el público? Esa era la pregunta de don Francisco en los concursos del programa Sábados Gigantes, en TV13.

Tal vez se conoce o se intuye,  por sentido común,  que no existe una idiosincrasia única en una nación, que en sí misma es múltiple y diversa. 

Decir esto es una perogrullada, una evidencia de la razón o de la experiencia, equivalente a afirmar por simple observación que los seres humanos somos diferentes, únicos e irrepetibles, sin embargo, eso no impide que la ciencia y la filosofía, por ejemplo, procuren indagar y encontrar constantes, elementos semejantes, parecidos entre elementos distintivos u opuestos.

No obstante, observando con atención la historia y los acontecimientos de la intrahistoria sí es posible encontrar constantes, promedios, regularidades históricas que evidencian estilos de percepción,  pensamiento y conducta que podrían ser atribuibles a lo menos como hipótesis a una idiosincrasia común o socializada.

Al respecto, como testimonio personal, en tiempos de mis estudios de pregrado de Pedagogía en Castellano en la PUC (1970-1976), no solo me interesé en temas educativos o literarios, esencialmente, sino también en el teatro, la filosofía, la teología, ciencias políticas y la sociología.
Entonces el currículum flexible de  esa Universidad permitía tomar ramos optativos y facultativos, estos últimos en otras facultades. 

En ese contexto, me matriculé en un Seminario de Investigación dirigido por el Sociólogo Hernán Godoy U., autor de varios libros sobre el tema de de la cultura y el carácter chilenos. El objetivo de ese Seminario ofrecido por el Instituto de Sociología era la formación académica de un equipo de estudiantes de diferentes carreras que contribuyeran con la investigación en curso, y al mismo tiempo aprender sobre el asunto central, que era el carácter chileno. Posteriormente el profesor Godoy publicó un libro con ese mismo título. 

Esa inquietud por la variable idiosincrásica en la identidad cultural de una nación la he conservado, tanto en la investigación y reflexión personal, como en el énfasis en uno de los contenidos relevantes en mis clases de literatura en el programa de la asignatura de Castellano de Enseñanza Media. 

Hoy resalta este asunto en dos acontecimientos que dejan una huella indeleble en nuestras vidas, tal como lo fue el gobierno de la Unidad Popular (1970-1973), el Golpe Militar (1973-1989). En efecto,  otros acontecimientos generacionales actuales son el denominado estallido social de octubre de 2019, y la pandemia en proceso desde enero de 2020.

Pero no solamente estos sucesos están eclosionando en nuestra realidad individual y colectiva, con causas conocidas, sino que también están mostrando los modos de comportamiento de la gente, los estilos tanto en las protestas y manifestaciones, como en los modos de reaccionar frente a los llamados del gobierno a la unidad o a la obediencia civil. 

¿Qué podemos decir sobre esto? Bueno, son diversas interrogantes, pero una de ellas es si nuestra idiosincrasia es viable y digna  y por lo tanto permite la solución de los problemas y desafíos o más bien es un obstáculo y una lamentable carga que impide la solución pacífica de controversias o el control social de una pandemia?

Como sustrato de esta reflexión, refiero a textos que son síntesis  fundamentales del sociólogo Hernán Godoy, como por ejemplo: "Estructura Social de Chile", "El Carácter Chileno", "La Cultura Chilena", sino en este caso concreto a la siguiente selección del autor Jorge Larraín, referida al asunto en boga quizás desde tiempos de la Independencia de Chile: el necesario reconocimiento a la dignidad de las personas en la conformación de la identidad individual y social, y junto con ello y en consecuencia la generación de estilos de respuestas o reacciones positivas o negativas, activas o negligentes,  frente a la realidad vivida o percibida de injusticias sociales, los modos de presentación de demandas sociales en el marco de octubre 2019,  o últimamente desde marzo de 2020,  cómo se responde o actúa frente  a los llamados a la responsabilidad y obediencia civil en tiempos de pandemia como medio de control de la propagación. 

Actualmente, por ejemplo, han sido inoperantes los llamados de la autoridad al respeto mutuo, a la responsabilidad individual y colectiva, como medio de control de contagios. Se verifica por los medios de prensa que solo el 50% está acatando los llamados a la cuarentena y el confinamiento. 

Por supuesto, en este ensayo no nos referimos a causales evidentes para que la gente se vea obligada a salir a la calle y desafiar la suerte, como por ejemplo, las necesidades de trabajo, alimentación, etc., sino que marcamos inquietud e indagación por  las causales idiosincrásicas que podrían estar influyendo, sin importar el tipo de gobierno,  en la desobediencia civil masiva, el desorden y respuesta agresiva, la falta de respeto y desacato a la autoridad tanto en forma evidente como solapada, y finalmente la rebeldía incluso con riesgo de la vida,  que impide cualquier tipo de regulación o disciplina social por la vía de la voluntad sin coerción, sino solamente por los recursos a la fuerza represiva  mediante las FFAA y de Orden. 
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Identidad Chilena – Jorge Larraín – cap. 1 (…) 
En tercer lugar, la construcción del sí mismo necesariamente supone la existencia de “otros” en un doble sentido. Los otros son aquellos cuyas opiniones acerca de nosotros internalizamos. Pero también son aquellos con respecto a los cuales el sí mismo se diferencia y adquiere su carácter distintivo y específico. 

El primer sentido significa que “nuestra autoimagen total implica nuestras relaciones con otras personas y su evaluación de nosotros”. El sujeto internaliza las expectativas o actitudes de los otros acerca de él o ella, y estas expectativas o actitudes de los otros se transforman en sus propias auto-expectativas. El sujeto se define en términos de cómo lo ven los otros. 

Sin embargo, sólo las evaluaciones de aquellos otros que son de algún modo significativos para el sujeto cuentan verdaderamente para la construcción y mantención de su autoimagen. Los padres son al comienzo los otros más significativos, pero más tarde, una gran variedad de “otros” empiezan a operar (amigos, parientes, pares, profesores, etc.). 

 Mead sostenía que en la relación con cada uno de estos “otros” se forma en una persona una variedad de sí mismos elementales (“somos una cosa para un hombre y otra cosa para otro”), pero que si se consideran los otros significativos en conjunto, se puede ver que se organizan en un “otro generalizado” en relación con el cual se forma un “sí mismo completo”. 

El otro generalizado, por lo tanto, está compuesto por la integración de las evaluaciones y expectativas de los otros significativos de una persona. De este modo la identidad socialmente construida de una persona, por ser fruto de una gran cantidad de relaciones sociales, es inmensamente compleja y variable, pero al mismo tiempo se supone capaz de integrar la multiplicidad de expectativas en un sí mismo total coherente y consistente en sus actividades y tendencias. 

 Por lo tanto, la identidad supone la existencia del grupo humano. Responde no tanto a la pregunta ¿quién soy yo? o ¿qué quisiera ser yo? como la pregunta: ¿quién soy yo a los ojos de los otros? o ¿qué me gustaría ser considerando el juicio que los otros significativos tienen de mí? Erikson expresa esta idea diciendo que en el proceso de identificación “el individuo se juzga a sí mismo a la luz de lo que percibe como la manera en que los otros lo juzgan a él”. 

Según Erikson, este aspecto de la identidad no ha sido bien entendido por el método tradicional psicoanalítico porque “no ha desarrollado los términos para conceptualizar el medio”. El medio social, que se expresa en alemán por el término Umwelt, no sólo nos rodea, sino que también está dentro de nosotros. En este sentido se podría decir que las identidades vienen de afuera en la medida que son la manera como los otros nos reconocen, pero vienen de adentro en la medida que nuestro autoreconocimiento es una función del reconocimiento de los otros que hemos internalizado. 

El autoreconocimiento que hace posible la identidad, de acuerdo a Honneth, toma tres formas: auto confianza, auto-respeto y autoestima. Pero el desarrollo de estas formas de relación con el sí mismo para cualquier individuo, depende fundamentalmente de haber experimentado el reconocimiento de otros, a quienes él también reconoce. En otras palabras, la construcción de la identidad es un proceso intersubjetivo de reconocimiento mutuo. La confianza en sí mismo surge en el niño en la medida en que la expresión de sus necesidades encuentra una respuesta positiva de amor y cuidado de parte de los otros a su cargo. 

De igual manera, el respeto de sí mismo de una persona depende de que otros respeten su dignidad humana y, por lo tanto, los derechos que acompañan esa dignidad. Por último, la autoestima puede existir sólo en la medida que los otros reconozcan el aporte de una persona como valioso. 

En suma, una identidad bien integrada depende de tres formas de reconocimiento: amor o preocupación por la persona, respeto a sus derechos y estima por su contribución. 

Simultáneamente, Honneth argumenta que hay 3 formas de falta de respeto concomitantes con las tres formas de reconocimiento que pueden contribuir a la creación de conflictos sociales y a una “lucha por el reconocimiento”, en sectores que están deprivados de esas formas de respeto. 

La primera forma de falta de respeto es el abuso físico o amenaza a la integridad física, que afecta la confianza en sí mismo. La segunda, es la exclusión estructural y sistemática de una persona de la posesión de ciertos derechos, lo que daña el respeto por sí mismo. La tercera, es la devaluación cultural de ciertos modos de vida o creencias y su consideración como inferiores o deficientes, lo que impide al sujeto atribuir valor social o estima a sus habilidades y aportes. 

La reacción emocional negativa que acompaña estas experiencias de falta de respeto (rabia, indignación) representa para Honneth la base motivacional de la lucha por el reconocimiento: “porque es sólo al reconquistar la posibilidad de una conducta activa que los individuos pueden deshacerse del estado de tensión emocional a que son sometidos como resultado de la humillación”.

Para Honneth, entonces, la experiencia de falta de respeto sería la fuente de las formas colectivas de resistencia y lucha social. Pero éstas no son un resultado automático de respuestas emocionales individuales. Sólo si existen los medios de articulación intersubjetivas de tales emociones en un movimiento social, nacerán formas colectivas de lucha. Honneth usa la distinción entre el “mí” y el “yo” propuesta por Mead para fundamentar la idea de una lucha por el reconocimiento. Mientras el “mí” refleja las expectativas e imágenes que los otros tienen de mí, el “yo” busca activamente un reconocimiento ampliado de mis derechos como parte de una comunidad ideal del futuro. 

Las personas siempre están luchando por expandir el rango de sus derechos, por el reconocimiento de esferas mayores de autonomía y respeto. 

Esta es la base del desarrollo de la sociedad, un proceso continuo en que las formas de reconocimiento se van ampliando tanto a nuevas formas de libertad como a nuevos grupos de personas. 

La identidad individual supone, por lo tanto, las expectativas grupales, pero no sólo en cuanto pasadas, sino también en cuanto posibilidades futuras. La importancia del pensamiento de Honneth y de su interpretación de Mead es que permite comprender a la identidad no como una construcción meramente pasiva sino como una verdadera interacción en la cual la identidad del sujeto se construye no sólo como una expresión del reconocimiento libre de los otros sino también como resultado de una lucha por ser reconocido por los otros. 

Esta lucha responde a la experiencia de falta de respeto que se vive como indignación o rabia y que el yo no acepta. Esa lucha, al menos en el caso de las dos últimas formas de reconocimiento de derechos y de estima social, tiene la potencialidad de ser colectiva en la medida que sus metas pueden generalizarse más allá de las intenciones individuales. En este punto se encuentran, por lo tanto, la identidad personal y la identidad colectiva. (…)

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