SOLIDARIDAD EN “EL PRINCIPITO”
(Un alegato contra la violencia)
RAK
Junio de 2008
¿A qué se refiere la palabra símbolo? Se sabe que la vinculación entre una realidad material y otra realidad de múltiples sentidos es la realidad del lenguaje simbólico. El símbolo permite absorber en un objeto o acción una serie de rasgos inasibles o difíciles de describir, porque tiene abundancia de sentido.
Así entonces, es un medio visible que permite acceder a una realidad invisible. Se trata, en otros términos, de considerar la eficacia del símbolo, es decir, que es capaz de producir y de transformar realidad.
En esta perspectiva, por ejemplo, se puede comprender al ser humano (cuerpo/alma) como sacramento, es decir, es una estructura simbólica, cuya alma corpórea remite a la divinidad, que es lo invisible.
El lenguaje simbólico es, además, el que mejor traduce las realidades espirituales, las más difíciles, íntimas y profundas. El símbolo no define la realidad de que trata, pero sugiere, apunta caminos, abre perspectivas, explora la existencia sin definirla de una vez por todas.
El fundamento del simbolismo de la Biblia nace de la hermenéutica de la encarnación. Según ésta, Dios «se encarna» en las situaciones humanas, se adapta a la condición de un pueblo para hablarle según sus posibilidades de comprensión.
En este sentido, la obra literaria “El Principito” presencializa a un personaje, cuyo referente es un cierto tipo humano que remite a un sentido inteligible en nuestra cultura: un príncipe.
La palabra príncipe viene del latín princeps (primer ciudadano). Un príncipe es un miembro de una aristocracia gobernante o nobleza. Normalmente es un título asociado a la realeza, siendo usado por hijos del rey. Típicamente, en la mayoría de las dinastías europeas, recibe el título de príncipe el hijo varón y heredero de un monarca.
Es uno de los títulos más estereotipados, siendo normalmente asociado a la belleza y virtud y formando parte de numerosos cuentos y leyendas. Según el arquetipo, los príncipes son bellos, caballerosos y valerosos, es decir, subsumen las cualidades físicas y valóricas del héroe.
El término príncipe también se ha usado como sinónimo de soberano. Dentro de la jerarquía de la iglesia católica se usa la forma "Príncipes de la Iglesia" para referirse a los cardenales.
En esta línea de pensamiento, se podría interpretar como plenamente motivada simbólicamente la nominación de príncipe para este niño venido del cielo, que ha sido una epifanía en el desierto, para un hombre –en este caso piloto- abandonado o caído en un lugar de desolación y de incertidumbre, símbolo de la noche obscura del alma, momento de tribulación y desesperanza en la adversidad.
Se podría conjeturar entonces que este niño príncipe, que aparece en el sendero, podría ser una luz en medio de la confusión, y como tal se hace visible ante aquel que ha caído en un sitio despoblado.
Sin embargo, haciéndose visible, al dirigirle la palabra al hombre desesperado, revela lo invisible mediante sí mismo, su presencia, su verbo y sus acciones, es decir, muestra a aquel o aquello que es invisible y que está más allá del alcance de los ojos y de los oídos de alguien –este ser atribulado- que al principio no da crédito ni a lo que ve ni a lo que escucha.
El príncipe es enviado, es hijo del rey, es un soberano, pero que en esencia representa a aquel que lo envía o a aquel del cual proviene, en este caso su padre. Este entonces se hace visible al hombre a través de su hijo, el principito, que ha venido desde lo alto, desde un planeta lejano, mediante lo cual se une el cielo y la tierra. Se produce entonces entre ambos –piloto y principito- un espacio de encuentro (comunión), un diálogo que los vincula en medio de la precariedad del sitio en que se hallan.
"Miré, pues, aquella aparición con los ojos redondos de
admiración. No hay que olvidar que me encontraba a
unas mil millas de distancia del lugar habitado más
próximo. Y ahora bien, el muchachito no me parecía ni
perdido, ni muerto de cansancio, de hambre, de sed o
de miedo. No tenía en absoluto la apariencia de un
niño perdido en el desierto, a mil millas de distancia
del lugar habitado más próximo."
Palabras y gestos van produciendo una relación de ayuda. Por una parte el piloto dibuja un cordero a petición del principito, éste le retribuye esta ofrenda con su gratitud y aceptando con generosidad la propuesta de ese hombre, que en medio de su urgencia por resolver un problema mecánico, destina tiempo a escuchar y a dibujar para un niño misterioso, con lo cual lo contiene, lo asume y en ese gesto basado en una suerte de complicidad con el juego y con la petición infantil, se hace responsable de un destino compartido.
Por otro lado, la acción de dibujar un cordero constituye al hombre (en este caso piloto) en un creador y protector paternal al servicio de la necesidad expresada por el niño. Pero también dibujar un cordero es un memorial alusivo a un correlato bíblico de alta significación para el pueblo creyente. En este gesto entonces se produce un encuentro trinitario en que este hijo al mismo tiempo sugiere en su ser la presencia de un rey infundido en él, y por otro lado, se le revela a este incrédulo ser humano, mediante una amorosa solicitud, que al ser asumida y concretada es indicio de confianza (fe) recíproca, pero también es un llamado o desafío a seguir confiando y así compenetrarse y comprometerse en la vida del otro visible (el principito) y el invisible que lo envía, con el cual se ha hecho uno indivisible e indiferenciable.
En ese mismo contexto relacional, el cordero oculto en una cajita con orificios es indicio de que lo invisible se ve con los ojos de la confianza en el otro. La vinculación, por lo tanto, se da entre dos personajes presentes uno frente al otro y un tercero invisible, que no obstante está claramente presente para aquéllos que lo quieran presentir o ver desde su sencilla e inocente mirada infantil.
Así también se va conformando la unión mística (domesticación) entre el Maestro que se ha revelado providencialmente: el principito, y su discípulo: el piloto, a quien se le presenta un llamado a la conversión, para la cual termina siendo dócil, a pesar de que en momentos precedentes se había mostrado reacio y ocupado en otros asuntos serios, objetivos y demandantes, tratando de salvarse por la vía de la racionalidad mecánica, sin incluir la dimensión espiritual invisible ni en su vida ni en la reparación del avión, según se observa en este episodio extremo. El misterio/sacramento encarnado en el principito lo invoca o lo invita de tal manera que no puede más que abrir su corazón.
-¡Por favor… píntame un cordero!
Cuando el misterio es demasiado impresionante, es
imposible desobedecer. Por absurdo que aquello me
pareciera, a mil millas de distancia de todo lugar
habitado y en peligro de muerte, saqué de mi bolsillo
una hoja de papel y una pluma fuente.
¿Qué le enseñó a Antoine De Saint Exupery este misterioso niño?El cordero ofrecido y oculto en una cajita remite al primer dibujo del narrador: una serpiente boa que digería un elefante.En ambos se puede observar una dialéctica simbólica entre lo evidente y lo oculto que hay que descifrar o bien presentir con el corazón. Por otro lado, se observa un tercer ocultamiento que es el elefante digerido por la serpiente. En síntesis, se superponen a modo de cajas chinas, lo aparente (el sombrero, la caja) y lo que hay en su interior. Cuerpo y alma que se subsumen en una sola forma externa. Es una dimensión en la que sólo ingresa o comprende aquel que tenga la sensibilidad inocente e infantil, la apertura espiritual para captar el contenido más allá de su continente.
Esta capacidad de comunicación empática es la que se logra en el ámbito de la amistad, espacio vital trascendente y de confianza que se potencia entre el principito y el piloto. Este, en fin, aprende que la amistad implica donación y abandono de las reticencias y defensas inexpugnables. Sólo la fe en el otro, que es mirada abierta a su interioridad, permite comunión humana y una visión iluminada y trascendente, que posibilita cumplir el mandato de amor al prójimo.
“Hace ya seis años que mi amigo se fue con su cordero. Y si intento describirlo aquí es sólo con el fin de no olvidarlo. Es muy triste olvidar a un amigo. No todos han tenido un amigo. Y yo puedo llegar a ser como las personas mayores, que sólo se interesan por las cifras. Para evitar esto he comprado una caja de lápices de colores. ¡Es muy duro, a mi edad, ponerse a aprender a dibujar, cuando en toda la vida no se ha hecho otra tentativa que la de una boa abierta y una boa cerrada a la edad de seis años! Ciertamente que yo trataré de hacer retratos lo más parecido posibles, pero no estoy muy seguro de lograrlo. Uno saldrá bien y otro no tiene parecido alguno. En las proporciones me equivoco también un poco. Aquí el principito es demasiado grande y allá es demasiado pequeño. Dudo también sobre el color de su traje. Titubeo sobre esto y lo otro y unas veces sale bien y otras mal. Es posible, en fin, que me equivoque sobre ciertos detalles muy importantes. Pero habrá que perdonármelo ya que mi amigo no me daba nunca muchas explicaciones. Me creía semejante a sí mismo y yo, desgraciadamente, no sé ver un cordero a través de una caja. Es posible que yo sea un poco como las personas mayores. He debido envejecer.”
Hierbas buenas son los buenos pensamientos y hierbas malas son los malos pensamientos. Debe ser un ejercicio diario arrancar estos últimos del alma. El ser debe estar limpio para que entre en él la luz. Sólo puede permitirse que crezca lo positivo, por ejemplo, la rosa.
La limpieza del planeta implica desbrozar la maleza, sacar del cuerpo material y espiritual aquello que estorba, impidiendo el desarrollo, el ascenso del alma. Estas semillas son invisibles al principio, como todas, y el ser humano puede confundirse y así darle espacio a lo destructivo, al impedimento y al obstáculo, por lo cual hay que lograr la sabiduría para reconocer lo bueno de lo malo.
Esta enseñanza exige que el discípulo esté alerta, que no sea negligente y que se cuide a sí mismo, protegiendo su integridad valórica y su entorno. Sin embargo, el discípulo que evoluciona, también debe ser capaz de difundir esta enseñanza, debe “hacer comprender a los niños estas ideas”, es decir, el principito forma a su discípulo y lo envía a misionar, no al adulto que ha sido poseído por la mala hierba, sino que al niño (alma inocente) que habita y es invisible en el hombre.
“En efecto, en el planeta del principito había, como en todos los planetas, hierbas buenas y hierbas malas. Por consiguiente, de buenas semillas salían buenas hierbas y de las semillas malas, hierbas malas. Pero las semillas son invisibles; duermen en el secreto de la tierra, hasta que un buen día una de ellas tiene la fantasía de despertarse. Entonces se alarga extendiendo hacia el sol, primero tímidamente, una encantadora ramita inofensiva. Si se trata de una ramita de rábano o de rosal, se la puede dejar que crezca como quiera. Pero si se trata de una mala hierba, es preciso arrancarla inmediatamente en cuanto uno ha sabido reconocerla. En el planeta del principito había semillas terribles… como las semillas del baobab. El suelo del planeta está infestado de ellas. Si un baobab no se arranca a tiempo, no hay manera de desembarazarse de él más tarde; cubre todo el planeta y lo perfora con sus raíces. Y si el planeta es demasiado pequeño y los baobabs son numerosos, lo hacen estallar. "Es una cuestión de disciplina, me decía más tarde el principito. Cuando por la mañana uno termina de arreglarse, hay que hacer cuidadosamente la limpieza del planeta. Hay que dedicarse regularmente a arrancar los baobabs, cuando se les distingue de los rosales, a los cuales se parecen mucho cuando son pequeñitos. Es un trabajo muy fastidioso pero muy fácil". Y un día me aconsejó que me dedicara a realizar un hermoso dibujo, que hiciera comprender a los niños de la tierra estas ideas. "Si alguna vez viajan, me decía, esto podrá servirles mucho. A veces no hay inconveniente en dejar para más tarde el trabajo que se ha de hacer; pero tratándose de baobabs, el retraso es siempre una catástrofe. Yo he conocido un planeta, habitado por un perezoso que descuidó tres arbustos…"
También el Maestro encarnado sufre y llora; padece amenazas y abandono. La luz de la felicidad puede estar amedrentada u opacada por lo imprevisto e incierto: las tinieblas. Incluso el hijo teme ser abandonado por su padre amoroso en momentos de tribulación y sufrimiento físico: entonces, se une a él con firmeza en el abrazo o mediante sus manos. Tal vez mediante una petición de respuesta, una demanda inocente: ¡dibújame un cordero!, es decir, dame tu atención, entrégate sin desconfianza. Así entonces, hasta un manso cordero, un hombre bueno, podría ser indolente si no está atento a las necesidades del prójimo marginado, al hijo o niño que está fuera de él, pero que también demanda desde su interior: el alma.
El discípulo como seguidor fiel debe estar atento a su Maestro y dejar de lado todo aquello que obstaculice el diálogo, la comunión, el momento unitivo del alma con su Salvador. El discípulo debe entonces liberarse de sus miedos y dependencias materiales y aceptar la invocación del agua viva, manifestada en las lágrimas del principito.
“Si alguien ama a una flor de la que sólo existe un ejemplar en millones y millones de estrellas, basta que las mire para ser dichoso. Puede decir satisfecho: "Mi flor está allí, en alguna parte…" ¡Pero si el cordero se la come, para él es como si de pronto todas las estrellas se apagaran! ¡Y esto no es importante! No pudo decir más y estalló bruscamente en sollozos. La noche había caído. Yo había soltado las herramientas y ya no importaban nada el martillo, el perno, la sed y la muerte. ¡Había en una estrella, en un planeta, el mío, la Tierra, un principito a quien consolar! Lo tomé en mis brazos y lo mecí diciéndole: "la flor que tú quieres no corre peligro… te dibujaré un bozal para tu cordero y una armadura para la flor…te…". No sabía qué decirle, cómo consolarle y hacer que tuviera nuevamente confianza en mí; me sentía torpe. ¡Es tan misterioso el país de las lágrimas!”
En el encuentro con este rey omnipotente, se revela el desinterés del Maestro por el poder y el orgullo que éste conlleva. El principito prefiere irse de ese planeta, pero con un prudente respeto y astuto reconocimiento a la potestad del soberbio. Se resiste a ser juez que condena, sino que más bien insinúa otro camino: “no hay nadie a quien juzgar”. Tal vez desde la misericordia, ha venido a perdonar. Sin embargo el Maestro es sabio, sabe que se puede juzgar a sí mismo, pero este juicio o valoración no depende de conceptos tradicionales, ya que ha traído otra manera de ver en el corazón del hombre, es decir, de captar lo invisible en la persona. El discípulo entonces debe aprender a contemplar sin juicio y a esperar las condiciones favorables, es decir, la apertura confiada a la revelación.
"-Ya no tengo nada que hacer aquí -le dijo al rey-. Me voy.
-No partas -le respondió el rey que se sentía muy orgulloso de tener un súbdito-, no te vayas y te hago ministro.
-¿Ministro de qué?
-¡De... de justicia!
-¡Pero si aquí no hay nadie a quien juzgar!
-Eso no se sabe -le dijo el rey-. Nunca he recorrido todo mi reino. Estoy muy viejo y el caminar me cansa. Y como no hay sitio para una carroza...
-¡Oh! Pero yo ya he visto. . . -dijo el principito que se inclinó para echar una ojeada al otro lado del planeta-. Allá abajo no hay nadie tampoco.
-Te juzgarás a ti mismo -le respondió el rey-. Es lo más difícil. Es mucho más difícil juzgarse a sí mismo, que juzgar a los otros. Si consigues juzgarte rectamente es que eres un verdadero sabio.
-Yo puedo juzgarme a mí mismo en cualquier parte y no tengo necesidad de vivir aquí.
-¡Ejem, ejem! Creo -dijo el rey- que en alguna parte del planeta vive una rata vieja; yo la oigo por la noche. Tu podrás juzgar a esta rata vieja. La condenarás a muerte de vez en cuando. Su vida dependería de tu justicia y la indultarás en cada juicio para conservarla, ya que no hay más que una.
-A mí no me gusta condenar a muerte a nadie -dijo el principito-. Creo que me voy a marchar.
-No -dijo el rey.
Pero el principito, que habiendo terminado ya sus preparativos no quiso disgustar al viejo monarca, dijo:
-Si Vuestra Majestad deseara ser obedecido puntualmente, podría dar una orden razonable. Podría ordenarme, por ejemplo, partir antes de un minuto. Me parece que las condiciones son favorables...
Como el rey no respondiera nada, el principito vaciló primero y con un suspiro emprendió la marcha.
-¡Te nombro mi embajador! -se apresuró a gritar el rey. Tenía un aspecto de gran autoridad.
"Las personas mayores son muy extrañas", se decía el principito para sí mismo durante el viaje.”
La vanidad es una de las variantes del poder y del orgullo, son vocablos correlativos o sucesivos en el fenómeno del mandonismo irrebatible e ineluctable. El vanidoso y el poderoso exigen ovaciones. El principito, como peregrino, lo observa sin juicio; tal vez se compadece. Entonces el discípulo no está convocado ni a la vanidad ni al orgullo, más bien a la humildad de aceptar al otro tal como es, perdonar sus limitaciones: “nunca pasa nadie por aquí”, y la soledad provocada por esa misma precariedad humana. Quizás el principito ha sido el único que ha escuchado con atención al rey, al vanidoso, al comerciante, pero no permanece en ellos, pues no es el lugar favorable, no conforman una cajita (arca o tabernáculo) para instalarse y crecer en ellos, sino que sus actitudes los alejan de la sencillez infantil que requiere la fe o confianza mutuas propias de la vinculación honesta. Más bien el discípulo encontrará allí un terreno pedregoso y la semilla, la enseñanza, será calcinada por el sol.
“El segundo planeta estaba habitado por un vanidoso:
-¡Ah! ¡Ah! ¡Un admirador viene a visitarme! -Gritó el vanidoso al divisar a lo
lejos al principito.
Para los vanidosos todos los demás hombres son admiradores.
-¡Buenos días! -dijo el principito-. ¡Qué sombrero tan raro tiene!
-Es para saludar a los que me aclaman -respondió el vanidoso.
Desgraciadamente nunca pasa nadie por aquí.
-¿Ah, sí? -preguntó sin comprender el principito.
-Golpea tus manos una contra otra -le aconsejó el vanidoso.
El principito aplaudió y el vanidoso le saludó modestamente levantando el
sombrero.”
La melancolía que sufre el principito, por los vicios del mundo y las tentaciones que sufre el hombre, debe preocupar al discípulo, ya que en su peregrinación encontrará noches obscuras del alma que le impiden al ser humano recibir la luz redentora. El principito no interviene en la libertad de la persona, no juzga ni castiga el comportamiento, sino que más bien espera, aunque sufre por aquellos expulsados o abandonados en el desierto de la desolación.
Contexto
“El planeta siguiente estaba habitado por un bebedor. Fue una
visita muy corta, pues hundió al principito en una gran melancolía.
-¿Qué haces ahí? -preguntó al bebedor que estaba sentado en
silencio ante un sinnúmero de botellas vacías y otras tantas
botellas llenas.
-¡Bebo! -respondió el bebedor con tono lúgubre.
-¿Por qué bebes? -volvió a preguntar el principito.
-Para olvidar.”
El tener significa proteger y permitir el crecimiento. El alma, la flor, necesita de amoroso cuidado para que crezca. El discípulo que anhela su desarrollo debe entonces procurar ser útil para sí mismo y para los demás. El crecimiento requiere agua, limpieza, purificación de lo malo, deshollinar el cuerpo para brindar espacio a la luz y a la energía del alma. Aprender y enseñar forman parte del mismo proceso amoroso que consiste en conocer, reconocer y respetar lo amado, cuidarlo y desear su bienestar.
“El principito tenía sobre las cosas serias ideas muy diferentes de las ideas de las personas mayores.
-Yo -dijo aún- tengo una flor a la que riego todos los días; poseo tres volcanes a los que deshollino todas las semanas, pues también me ocupo del que está extinguido; nunca se sabe lo que puede ocurrir. Es útil, pues, para mis volcanes y para mi flor que yo las posea. Pero tú, tú no eres nada útil para las estrellas...El hombre de negocios abrió la boca, pero no encontró respuesta.
El principito abandonó aquel planeta".
El principito reconoce a quien es fiel a su misión auténtica, siempre que sea útil, es decir, de servicio. El maestro induce al discípulo a trascender y a concentrar su interés en la misión, es decir, aquella actividad significativa que involucra ayuda y desarrollo, iluminación del alma, capacidad de comprensión. Al contrario, el egocentrismo trae como consecuencia la oclusión, la obscuridad la ausencia de sentido.
“ El principito lo miró y le gustó este farolero que tan fielmente cumplía la consigna. Recordó las puestas de sol que en otro tiempo iba a buscar arrastrando su silla. Quiso ayudarle a su amigo.
-¿Sabes? Yo conozco un medio para que descanses cuando quieras...
-Yo quiero descansar siempre -dijo el farolero.
Se puede ser a la vez fiel y perezoso.
El principito prosiguió:
-Tu planeta es tan pequeño que puedes darle la vuelta en tres zancadas. No tienes que hacer más que caminar muy lentamente para quedar siempre al sol. Cuando quieras descansar, caminarás...y el día durará tanto tiempo cuanto quieras.
-Con eso no adelanto gran cosa -dijo el farolero-, lo que a mí me gusta en la vida es dormir.
-No es una suerte -dijo el principito.
-No, no es una suerte -replicó el farolero-. ¡Buenos días!
Y apagó su farol.
Mientras el principito proseguía su viaje, se iba diciendo para sí: "Este sería despreciado por los otros, por el rey, por el vanidoso, por el bebedor, por el hombre de negocios. Y, sin embargo, es el único que no me parece ridículo, quizás porque se ocupa de otra cosa y no de sí mismo. Lanzó un suspiro de pena y continuó diciéndose:
"Es el único de quien pude haberme hecho amigo. Pero su planeta es demasiado pequeño y no hay lugar para dos... "
El descenso del principito ocurre en un páramo. Un espacio geográfico en donde se encuentra con una serpiente, símbolo tradicional de sabiduría, no obstante este símbolo es dual, puede ser el bien y el mal. El principito, que ha ido conociendo diversidad de tipos, unos reprochables y otros a lo menos tolerables como el farolero, es desafiado ahora a encontrarse con los habitantes de la Tierra, que es el mundo material, visible y tangible.
Sin embargo, lo desafía un hallazgo: un personaje ambiguo –una serpiente- con quien dialoga en un lenguaje enigmático, pero comprensible para ambos. Al parecer los dos se reconocen como arcanos, cifra del mundo que será develado.
El principito es puro, viene desde el cielo, por lo tanto es un peregrino que está libre de la eventual amenaza que podría sentir un mortal al enfrentarse con un animal repulsivo. El principito está buscando al hombre, pero éste no está presente en ese lugar vasto y desértico. La serpiente lo guía, pero le enseña a establecer una relación de intimidad o amistad, mediante la domesticación. ¿Dónde está el hombre? Entonces hay que buscarlo y encontrarlo. Encontrar el hombre que habita la Tierra es un desafío, un camino que hay que seguir. Es una exigencia para el Maestro y para el discípulo encontrar al hombre en ese espacio que no permite reconocerlo. En nuestra peregrinación encontraremos personas y cosas que nos pueden descubrir una realidad mayor y diferente de la que aparentan. No hay que olvidar, por otra parte, que el camino es un símbolo de nuestra propia vida en la que todos somos, de una u otra forma, peregrinos.
“ El principito, una vez que llegó a la Tierra, quedó sorprendido de no ver a nadie. Tenía miedo de haberse equivocado de planeta, cuando un anillo de color de luna se revolvió en la arena.
-¡Buenas noches! -dijo el principito.
-¡Buenas noches! -dijo la serpiente.
-¿Sobre qué planeta he caído? -preguntó el principito.
-Sobre la Tierra, en Africa -respondió la serpiente.
-¡Ah! ¿Y no hay nadie sobre la Tierra?
-Esto es el desierto. En los desiertos no hay nadie. La Tierra es muy grande -dijo la serpiente.
El principito se sentó en una piedra y elevó los ojos al cielo.
-Yo me pregunto -dijo- si las estrellas están encendidas para que cada cual pueda un día encontrar la suya. Mira mi planeta; está precisamente encima de nosotros... Pero... ¡qué lejos está!
-Es muy bella -dijo la serpiente-. ¿Y qué vienes tú a hacer aquí?
-Tengo problemas con una flor -dijo el principito.
-¡Ah!
Y se callaron.
-¿Dónde están los hombres? -prosiguió por fin el principito. Se está un poco solo en el desierto...
-También se está solo donde los hombres -afirmó la serpiente.
El principito la miró largo rato y le dijo: -Eres un bicho raro, delgado como un dedo...
-Pero soy más poderoso que el dedo de un rey -le interrumpió la serpiente.
El principito sonrió:
-No me pareces muy poderoso... ni siquiera tienes patas... ni tan siquiera
puedes viajar...
-Puedo llevarte más lejos que un navío -dijo la serpiente.
Se enroscó alrededor del tobillo del principito como un brazalete de oro.
-Al que yo toco, le hago volver a la tierra de donde salió. Pero tú eres puro
y vienes de una estrella...
El principito no respondió.
-Me das lástima, tan débil sobre esta tierra de granito. Si algún día echas mucho de menos tu planeta, puedo ayudarte. Puedo...
-¡Oh! -dijo el principito-. Te he comprendido. Pero ¿por qué hablas con enigmas?
-Yo los resuelvo todos -dijo la serpiente.
Y se callaron".
En síntesis, un tópico observado en El Principito es el recipiente que oculta o que obnubila, pero que también antitéticamente revela, ilumina a quien está preparado para percibir lo cognoscible, pero secreto. La boa y el elefante, la caja y el cordero, el desierto y el pozo, entre otros. En fin: “lo más importante es invisible.”
La esencia es invisible, sólo vemos apariencias, reflejos, externalidades, por lo tanto, hay que educarse o formarse para que nuestra percepción de discípulos pueda fraguar o decantar los misterios. En este caso es el pozo, oculto bajo la arena en el vasta y ondulante geografía, pero que el Maestro es capaz de descubrir y por lo tanto anunciar. El pozo es fuente de agua viva.
Nosotros, los discípulos, debemos ser capaces de ver y comprender más allá de lo aparente. Descubrir la luz (alba) y el agua (pozo) conforman una misma secuencia en la iniciación bautismal del discípulo que acoge con confianza a su Maestro.
Esta maestría está a cargo de un niño príncipe que peregrina en el universo y en desierto. Este niño descubre los arcanos o misterios del hombre, pero también lo purifica con el agua que emana del pozo descubierto y que había estado oculto bajo la arena.
“-Lo que más embellece al desierto -dijo el principito- es el pozo que oculta en algún sitio...
Me quedé sorprendido al comprender súbitamente ese misterioso resplandor de la arena. Cuando yo era niño vivía en una casa antigua en la que, según la leyenda, había un tesoro escondido. Sin duda que nadie supo jamás descubrirlo y quizás nadie lo buscó, pero parecía toda encantada por ese tesoro. Mi casa ocultaba un secreto en el fondo de su corazón...
-Sí -le dije al principito- ya se trate de la casa, de las estrellas o del desierto, lo que les embellece es invisible.
-Me gusta -dijo el principito- que estés de acuerdo con mi zorro.
Como el principito se dormía, lo tomé en mis brazos y me puse nuevamente en camino. Me sentía emocionado llevando aquel frágil tesoro, y me parecía que nada más frágil había sobre la Tierra. Miraba a la luz de la luna aquella frente pálida, aquellos ojos cerrados, los cabellos agitados por el viento y me decía : "lo que veo es sólo la corteza; lo más importante es invisible... "
Como sus labios entreabiertos esbozaron una sonrisa, me dije: "Lo que más me emociona de este principito dormido es su fidelidad a una flor, es la imagen de la rosa que resplandece en él como la llama de una lámpara, incluso cuando duerme... " Y lo sentí más frágil aún. Pensaba que a las lámparas hay que protegerlas: una racha de viento puede apagarlas...
Continué caminando y al rayar el alba descubrí el pozo.”
La mentalidad científico-técnica, dominante en el mundo occidental, suele mirar con desprecio y desconfianza al pensamiento simbólico y sus expresiones simbólico-rituales.
Esa mirada vanidosa ha relegado todo tipo de discurso y lenguaje que no se ajuste a sus presupuestos metodológicos positivistas observables, medibles y cuantificables.
El aviador en El Principito estaba inserto en esa racionalidad, cuando capota en el desierto. Su aparato de vuelo lo simboliza; asimismo su obsesión por repararlo utilizando las diversas herramientas que le ha provisto dicha racionalidad moderna. En un comienzo parece ciego y sordo a las peticiones amistosas del principito, quien busca a un amigo que se haga cómplice en su espacio de juego: el dibujo. El principito solicita que se dibuje un cordero, que es un animal: naturaleza; no pide que se dibuje un objeto mecánico, que es un artificio humano.
El símbolo aparece cuando se quiere expresar lo que es difícil de expresar con el lenguaje unívoco. Como indica su etimología griega, el símbolo consigue poner juntas, unir, reconciliar realidades diversas. Esta capacidad de acercar lo diverso, de una forma armónica y significativa, revela que el símbolo tiene una estructura trascendente: en su materialidad, en lo que muestra, hay inscrito "algo más", que es lo que se capta y resulta revelador. De esta forma el símbolo hace hablar a la realidad.
En suma: el símbolo transporta a lo profundo, a las vivencias fundantes y estructurantes de lo humano. Por eso el lenguaje religioso es un lenguaje simbólico: revelador de las creencias sagradas originales y originantes.
En este proceso de personalización y socialización simbólicas, existe otro elemento a tener en cuenta: el rito. Se podría decir que el rito es la dramatización o puesta en escena simbólica del mito. Símbolos y ritos van de la mano.
El rito se caracteriza por estar estructurado conforme a un orden. Un orden conocido y determinado que admite su repetición. Justamente la reiteración ritual es el método por el que se produce la interiorización simbólica de los valores fundantes de la cultura, de la sociedad y de la religión. Dicho de otra manera, el rito transmite de un modo práctico y operativo la tradición y, de esta manera, pone a cada uno en su sitio con respecto a ella: hace que cada participante en la celebración ritual se reconozca como un miembro integrante de dicho grupo y, al mismo tiempo, el grupo puede reconocer a cada miembro como uno de los "suyos".
En este sentido entonces, el diálogo del principito con el aviador es correlativo al diálogo con el zorro. En ambos se observan interacciones basadas en una misión: dibujar o domesticar. En ambos episodios se procura la creación de un vínculo, comunión fundante, que permite reconocerse como otro legítimo en dicha relación de confianza ingenua, pero valiente, que exige dejar lo secundario aparente y dedicarse a descubrir el fondo, la esencia, mediante ese diálogo dramático ritual (acción simbólica) que pone en proceso de crecimiento, en la práctica, el movimiento comunitario.
"-Ven a jugar conmigo -le propuso el principito-, ¡estoy tan triste!
-No puedo jugar contigo -dijo el zorro-, no estoy domesticado.
Se trata entonces de que el desafío de domesticar implica la creación de un movimiento de intercomunicación amoroso (vinculación esencial) que exige conocimiento, cuidado, responsabilidad y crecimiento recíprocos. No es exclusivamente intercambio de conceptos, sino que más bien encuentro fundante mediante una acción dramática (conflicto) de búsqueda o dinamismo, de descenso hacia el prójimo sin adoctrinamiento ni sermones, plagado tal vez de encuentros y desencuentros, amenazado de peligros y de reticencias, ya que cada uno es un misterio, una caja que oculta lo invisible cognoscible con los ojos del alma pura, que está preñada de docilidad y fidelidad latentes.
Busco amigos. ¿Qué significa "domesticar"? -volvió a preguntar el principito.
-Es una cosa ya olvidada -dijo el zorro-, significa "crear vínculos... "
Todas las gallinas se parecen y todos los hombres son iguales; por consiguiente me aburro un poco. Si tú me domesticas, mi vida estará llena de sol.
-Bien quisiera -le respondió el principito pero no tengo mucho tiempo. He de buscar amigos y conocer muchas cosas.
-Sólo se conocen bien las cosas que se domestican -dijo el zorro-. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, Ios hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame!
Pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo..."
"Entonces apareció el zorro:
-¡Buenos días! -dijo el zorro.
-¡Buenos días! -respondió cortésmente el principito que se
volvió pero no vio nada.
-Estoy aquí, bajo el manzano -dijo la voz.
-¿Quién eres tú? -preguntó el principito-. ¡Qué bonito eres!
-Soy un zorro -dijo el zorro.
-Ven a jugar conmigo -le propuso el principito-, ¡estoy tan triste!
-No puedo jugar contigo -dijo el zorro-, no estoy domesticado.
-¡Ah, perdón! -dijo el principito.
Pero después de una breve reflexión, añadió:
-¿Qué significa "domesticar"?
-Tú no eres de aquí -dijo el zorro- ¿qué buscas?
-Busco a los hombres -le respondió el principito-. ¿Qué significa "domesticar"?
-Los hombres -dijo el zorro- tienen escopetas y cazan. ¡Es muy molesto! Pero también crían gallinas. Es lo único que les interesa. ¿Tú buscas gallinas?
-No -dijo el principito-. Busco amigos. ¿Qué significa "domesticar"? -volvió a preguntar el principito.
-Es una cosa ya olvidada -dijo el zorro-, significa "crear vínculos... "
-¿Crear vínculos?
-Efectivamente, verás -dijo el zorro-. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo...
-Comienzo a comprender -dijo el principito-. Hay una flor... creo que ella me ha domesticado...
-Es posible -concedió el zorro-, en la Tierra se ven todo tipo de cosas.
-¡Oh, no es en la Tierra! -exclamó el principito.
El zorro pareció intrigado:
-¿En otro planeta?
-Sí.
-¿Hay cazadores en ese planeta?
-No.
-¡Qué interesante! ¿Y gallinas?
-No.
-Nada es perfecto -suspiró el zorro.
Y después volviendo a su idea:
-Mi vida es muy monótona. Cazo gallinas y los hombres me cazan a mí. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres son iguales; por consiguiente me aburro un poco. Si tú me domesticas, mi vida estará llena de sol.
Conoceré el rumor de unos pasos diferentes a todos los demás. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra; los tuyos me llamarán fuera de la madriguera como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan y por lo tanto el trigo es para mí algo inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada y eso me pone triste. ¡Pero tú tienes los cabellos dorados y será algo maravilloso cuando me domestiques! El trigo, que es dorado también, será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo.
El zorro se calló y miró un buen rato al principito:
-Por favor... domestícame -le dijo.
-Bien quisiera -le respondió el principito pero no tengo mucho tiempo. He de buscar amigos y conocer muchas cosas.
-Sólo se conocen bien las cosas que se domestican -dijo el zorro-. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, Ios hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame!
-¿Qué debo hacer? -preguntó el principito.
-Debes tener mucha paciencia -respondió el zorro-. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en el suelo; yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no me dirás nada. El lenguaje es fuente de malos entendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca...”
Siguiendo con los fundamentos dados, el símbolo es algo visible, escuchable, pero nos remite a una realidad que no puede expresarse de una manera directa.
La vida, el mal, el amor son realidades complejas que no son fáciles de explicar, pero el símbolo nos remite a lo más profundo de ellas, porque se conecta con nuestro sentido más trascendente.
El rito es siempre un acto, un gesto, una acción visible. Implica una realización. El rito es más que el símbolo, porque no sólo expresa y remite a algo, sino que realiza aquello que expresa y a lo que nos remite. Por ello, los ritos se refieren a movimientos reales que suceden en el interior de las personas, que las cambian a ellas o a la relación entre ellas, pero no de una manera visible.
En El Principito leemos acontecimientos, y vemos imágenes. Hay palabras-símbolos y acciones: movimiento, diálogo, encuentro de personajes. Por lo tanto, el efecto que tiene esta obra se relaciona con nuestra apetencia humana de símbolos y ritos, es decir, la intelección en profundidad de contenidos infusos, al modo de las parábolas del Evangelio.
En suma, lo esencial invisible de los fenómenos o de las apariencias se comprende y se asume con mayor fuerza a través de testimonios, que en este caso conforman un relato de encuentro o de creación de vínculos, por un lado entre personas, pero junto con ello, unión entre lo visible y lo invisible, es decir, entre la presencia ante nuestra vista tanto de lenguaje verbal y no verbal, pero también entre los misterios y su revelación mediante medios visibles y comprensibles para la percepción y la comprensión.
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Anotaciones prescindibles.
1) El desierto ha sido un tema largamente explotado como recurso literario y artístico. Se ha buscado con mucha frecuencia ese ambiente inhóspito para reproducir situaciones humanas de carácter dramático, reales en el orden histórico y aún espirituales o, simplemente, imaginarias. Nos atreveríamos a calificar a A. de Saint Exupery como uno de los autores modernos que mejor ha captado el misterio dramático del desierto, proyectado hacia una liberación, todo ello concebido dentro de una unidad poética de profundo valor simbólico. Si hemos citado a este autor es porque creemos que su pensamiento en este punto tiene muchos rasgos en común con el planteamiento bíblico. Podemos, pues, decir que, en toda la tradición bíblica, el desierto tiene un doble sentido que se complementa: Uno, como lugar de elección y otro como medio de purificación, constituyendo ambos la preparación inmediata a la entrada en la Tierra Prometida, en el Reino de Dios. Pero lo más importante es recalcar que donde Israel sucumbió, Jesús triunfó y su triunfo fue la liberación nuestra. De aquí, que, para nosotros, la imagen del desierto, su simbolismo, toma en Cristo realidad. Superando él toda prueba, consumada en su muerte, nos ha abierto a nosotros las puertas de la verdadera Tierra Prometida, la Nueva Jerusalén.
2) El símbolo se vincula a una dimensión de experiencia humana. El símbolo da cuenta de un tipo de comunicación que no es solamente conceptual. Aquello que es inexpresable por la palabra (signo lingüístico) se conecta con la realidad del símbolo; incluso los gestos son más importantes que las palabras.
3) Título con que Juan el Bautista presentó a Jesús ante Israel como el Mesías, el Hijo de Dios (Jn. 1:29-36). Esta designación para Cristo no aparece en el AT, pero la expresión probablemente estaba basada en las palabras de Is. 53:7,"como cordero fue llevado al matadero". El título "Cordero de Dios" presenta a Jesús como el Mesías sufriente e implica que los sacrificios del AT lo simbolizaban como el sacrificio divino por el pecado. En los tiempos antiguos, un cordero* -o un cabrito (Gn. 22:7; Ex. 12:3)- era uno de los principales sacrificios que se podía presentar. El holocausto diario, un cordero sin mancha (Ex. 29:39-42), simbolizaba apropiadamente el ministerio 250 perpetuo de Cristo en favor de los pecadores. El apóstol Pablo se refiere a Cristo como "nuestra pascua" (1 Co. 5:7); Pedro, como "un cordero sin mancha y sin contaminación" (1 P, 1:19); y Juan, como el "Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo" (Ap. 13:8). En el Apocalipsis, Juan nombra a Cristo como el "Cordero" un total de 28 veces.
San Juan 1:29 El siguiente día ve Juan a Jesús que venía a él, y dice: He aquí el cordero de dios, que quita el pecado del mundo.
San Juan 1:36 Y mirando a Jesús que andaba por allí, dijo: He aquí el cordero de dios.
Apocalipsis 5:6 Y miré; y he aquí en medio del trono y de los cuatro animales, y en medio de los ancianos, estaba un Cordero como inmolado, que tenía siete cuernos, y siete ojos, que son los siete Espíritus de Dios enviados en toda la tierra.
4) La Trinidad es la creencia central del cristianismo católico, del cristianismo ortodoxo y de la mayoría de las denominaciones protestantes. Afirma que Dios es un ser único que existe simultáneamente como tres personas distintas o hipóstasis, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El término es una palabra compuesta de "tres" y "Unidad" es decir "Tres en uno", Tri-unidad, Trinidad. La palabra "Trinidad" como tal, no aparece en las Escrituras (la Biblia).La iglesia Católica Romana dice: “La Trinidad es el término con que se designa la doctrina central de la religión cristiana [...] Así, en las palabras del Credo de Atanasio: ‘el Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios, y sin embargo no hay tres Dioses, sino un solo Dios’. En esta Trinidad [...] las Personas son co-eternas y co-iguales: todas, igualmente, son increadas y omnipotentes.
5) La palabra mística procede de un verbo griego que significa cerrar, de donde aquel vocablo vendría a tener un sentido como de oculto o secreto; así, de acuerdo con su etimología, sería la mística como una vida espiritual secreta y distinta de la ordinaria de los cristianos. En su sentido más propio debe aplicarse a las manifestaciones de la vida religiosa sometida a la acción extraordinariamente sobrenatural de la Providencia. La palabra mística estrictamente sólo deberá aplicarse para designar las relaciones sobrenaturales, secretas, por las cuales eleva Dios a la criatura sobre las limitaciones de su naturaleza y la hace conocer un mundo superior, al que es imposible llegar por las fuerzas naturales ni por las ordinarias de la Gracia. Misticismo es el conocimiento experimental de la presencia divina, en que el alma tiene, como una gran realidad, un sentimiento de contacto con Dios. Pero si la mística es el punto más alto de la vida espiritual y representa un regalo extraordinario de la Gracia de Dios, el alma puede colaborar por todos los medios a su alcance para aproximarse a tal estado de perfección y hacerse digna de él.
6) La serpiente siempre ha sido considerada como el símbolo de la Sabiduría. Los hindúes llaman a sus sabios "Nagas" (una palabra que precisamente significa serpiente). Jesús aconsejaba a sus discípulos que fueran "sabios como la serpiente". Lo que conocemos como el Uraeus (o Cobra sagrada), que se ve en la cabeza de los Faraones de Egipto, denotaba su iniciación en los ritos sagrados donde se alcanzaba el conocimiento de la sabiduría oculta. La serpiente que se traga la cola representa el "círculo del universo", la interminabilidad del proceso cíclico de la manifestación.
7) Las rosas son símbolos antiguos del amor y de la belleza. La rosa era sagrada para un número considerable de diosas, y se utiliza a menudo como símbolo de la Virgen María. Las rosas son tan importantes que de ellas derivan términos como color rosa o rojo en una considerable variedad de idiomas. Por su forma, color y perfume la rosa es la flor por excelencia y el arquetipo de la flor. Quizás por el tono favorito de su variedad roja y por su tallo espinoso, en la iconografía cristiana la rosa es, como el cáliz y el Santo Grial, un símbolo de la sangre derramada, sangre que regenera el alma. Además, contemplada desde arriba la rosa semeja un mandala. No son otra cosa los rosetones de las catedrales góticas de Reims, Amiens y Notre Dame sino mandalas que vienen a disimular la forma de la rosa para escenificar el intrincado y perfecto círculo de la creación. Y si bien la rosa ha venido a simbolizar en nuestro tiempo al amor profano, en sus orígenes era el emblema del amor místico. Recordemos que fue una rosa la que Beatriz enseñó al Dante cuando el poeta regresó, tras su larga jornada, al último círculo del Paraíso. La rosa es también el símbolo del sufismo, la tradición mística del Islam y su extracto y aroma la metáfora de la esencia o el alma humana. Por todas estas razones la rosa es un símbolo acabado de la sabiduría, no en el sentido de la erudición, sino en el de las enseñanzas místicas tradicionales: el conocimiento vivencial de lo inefable que se asocia comúnmente a la religión y que desde antaño se cultiva metódicamente en las más diversas tradiciones de la sabiduría.
8) Lc 1, 76-80 Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos y dar a su pueblo conocimiento de salvación por el perdón de sus pecados, por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, que harán que nos visite una Luz de la altura, a fin de iluminar a los que habitan en tinieblas y sombras de muerte y guiar nuestros pasos por el camino de la paz.» El niño crecía y su espíritu se fortalecía; vivió en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel.
9) La serpiente es el archienemigo del pueblo judío, Amalek (el nieto de Esav), que personifica la serpiente primordial del jardín del Eden. El Baal Shem Tov enseña que el valor numérico de Amalek (240) es el mismo que el de la palabra safek (“duda”). Amalek ataca la mente y el punto íntimo de fe en Di-s innato en la inteligencia de inspiración Divina del alma judía, su veneno busca provocar que el alma “pierda la razón”.Así como Amalek representa el epítome del mal, la serpiente positiva representa el del bien. El Mashíaj es llamado “la serpiente sagrada”, como lo insinúa el fenómeno de que Mashíaj y “najash” (serpiente) tienen el mismo valor numérico: 358. Explica el Zohar que cuando la serpiente sagrada mate a la serpiente del mal (venciendo el miedo a la locura) será meritorio de desposar a la princesa Divina, unirse al origen de las almas de Israel y así traer la redención al mundo.
10) Geográficamente hablando, es un lugar despoblado, árido, solo, inhabitado, caracterizado por la escasez de vegetación y la falta de agua. Es el lugar donde transcurre el ayuno, considerado como desasimiento y soledad exterior e interior, para llevar, al que en él se interna, a la unión con Dios. Los textos bíblicos en que se fundamenta esta afirmación son los cuarenta días de Moisés sin comer ni beber en la montaña del Sinaí para recibir la Ley (Ex 24, 12-18; 34) y los cuarenta días de Elias (1 Re 19,3-8). Elías vive la dureza del desierto reconfortado por la comida y bebida misteriosa, y recorre su camino superando el decaimiento de los israelitas en los cuarenta años de marcha hacia la tierra prometida. Se trata, en todos los casos, de hombres marcados por la visión de Dios al final de dicho camino. Estas narraciones nos ayudan a entender el sentido de los cuarenta días de desierto de Cristo (Primer Domingo de Cuaresma), vivido como experiencia de la tentación y encuentro íntimo con el Padre, pero, también, como preparación a su ministerio público.Para la Biblia, el desierto es, además, una época de oración intensa. Es el lugar del sufrimiento purificador y de la reflexión, aunque también es una gracia que puede rechazarse. De hecho, el ayuno de Moisés contrasta con el rechazo de los cuarenta años de desierto por parte del pueblo. Los cuarenta días de Moisés son el rehacer un camino de fidelidad que el pueblo no supo andar, así como los de Cristo lo son para la prueba que el Espíritu Santo permitía al tentador (Mt 4, 1).El desierto es la geografía concreta, el espacio y el tiempo de la unión con Dios. Por eso Oseas (Os 2, 16-17) lo propone como el lugar propicio para captar su mensaje espiritual, al igual que lo hace la Iglesia con sus hijos en la Cuaresma.Muchas veces en nuestra vida cotidiana rechazamos esos espacios de silencio y soledad porque tenemos miedo de encontrarnos con nosotros mismos y con Dios y descubrir qué lejos estamos de su proyecto sobre nosotros. Por eso, el "desierto" requiere el coraje de los humildes, de los que no tienen miedo de volver a empezar.
11) En la Biblia el agua se usa como símbolo para mostrar diferentes aspectos del poder de Dios. Se usa como símbolo de purificación, como en los lavamientos ceremoniales del sistema sacrificial del Antiguo Testamento (por ejemplo, Exodo 30:18-21). Se usa como símbolo de destrucción, como con la inundación en tiempos de Noé (Génesis 6-9:17). Pero se usa con mayor frecuencia como símbolo de bendición. Juan 4:13-14 Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.
12) Vicente Botella Cubells, o.p.: MITOS, SÍMBOLOS Y RITOS. www.espirituyvida.org/ESPIRI/sacra/mitossimbolos.htm
13) Jn 4, 5-42 “Llegó entonces a una ciudad de Samaría, llamada Sicar, junto al campo que le dio Jacob a su hijo José. Estaba allí el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del viaje, se había sentado en el pozo. Era más o menos la hora sexta. Vino una mujer de Samaría a sacar agua. Jesús le dijo: —Dame de beber –sus discípulos se habían marchado a la ciudad a comprar alimentos. Entonces le dijo la mujer samaritana: —¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana? –porque los judíos no se tratan con los samaritanos. Jesús le respondió: —Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: «Dame de beber», tú le habrías pedido a él y él te habría dado agua viva.”