Diego Alonso Lasheras S.J.
(Revista Mensaje, noviembre 2008)
Desde que en el verano de 2007
estallara la crisis de las subprime,
detonante de la coyuntura económica mundial en la que ahora nos encontramos, todos
los medios de comunicación han invertido esfuerzos en analizar sus causas. Los
remezones del sistema financiero estadounidense que se han trasladado al
europeo y han afectado al mundo entero, están haciendo aflorar problemas que
permanecían ocultos. Sin embargo, en medio de esta gran cantidad de análisis e
información, algo brilla por su ausencia: la visión de que parte de lo que
ocurre, ciertamente no todo, pueda atribuirse a una crisis moral.
Este ensayo no pretende presentar este episodio económico como
meramente una crisis moral, pero sí intenta resaltar la dimensión ética porque,
dado que se considera que es un componente del problema, también éste tendrá
que tomarse en cuenta como parte de la solución.
LA ECONOMÍA ¿EMANCIPADA DE LA MORAL?
Desde que Adam Smith escribiera en 1776
su libro “La causa de la
riqueza de las naciones”, que
funda la ciencia económica como
ciencia autónoma, ésta ha afirmado su independencia frente a la filosofía moral, en
el seno de la cual se había desarrollado. Y
de hecho hay quien ha visto en esa obra la declaración de independencia de la economía frente a los poderes de la moral tantas veces controlada
por el clero. Sin embargo, no podemos
olvidar que Smith fue profesor de filosofía moral en la universidad de Glasgow desde
1752 a 1763 y que, aunque independientes
una de otra, la economía y la moral no dejan de ser saberes que se ocupan de
los comportamientos humanos, aunque
sea con diferentes fines y metodologías.
En 2004, el conocido economista John
Kenneth Galbraith, recientemente fallecido, publicaba un pequeño libro llamado The Economics of Innocent Fraud,
en el que denunciaba la aceptación generalizada de prácticas económicas
fraudulentas que engañaban a consumidores, accionistas y ciudadanos. Estos
procedimientos son los que han dado lugar a uno de los hechos más comentados de
las recientes semanas: la falta de confianza. Ésta afecta a banqueros y
empresarios, a políticos y ciudadanos.
SUBPRIME : RIESGO, CONFIANZA Y
TRANSPARENCIA
La crisis de las subprime se debe a la asunción de riesgos
excesivos en préstamos hipotecarios por parte de las entidades financieras a
través de los llamados créditos ninja (iniciales de la expresión inglesa no income, no job, no assets, es decir sin ingresos, sin
trabajos, sin patrimonio). Se concedían con un altísimo riesgo. El nombre de subprime viene de la valoración del riesgo
de los préstamos hipotecarios. Éstos, generalmente, se valoran en una escala
que va del 300 al 850. Las hipotecas prime,
de riesgo normal, van del 620 al 850, las subprime,
mucho más arriesgadas, van del 300 al 620. La crisis se ha desatado por la
masiva concesión de estos créditos subprime,
en otras palabras, por una irresponsable toma de riesgo.
Pero lo ocurrido se debe no solo a la
concesión masiva de hipotecas de alto riesgo —algo que ya es cuestionable en
una ética de los negocios—, lo que afectaría solamente a quien practica dichos
préstamos. La crisis se debe también a lo que se ha llamado "el
empaquetado" y "la titulación" de los instrumentos hipotecarios.
Las entidades que concedían masivamente hipotecas subprime necesitaban recurrir a otras
instancias financieras para obtener dinero y así seguir prestando. Para ello se
recurrió a la "titulación", es decir, a la creación de instrumentos
financieros llamados MBS (Mortgage Backed Securities) que permitían a
quien había concedido el crédito subprime traspasar la deuda hipotecaria de
modo opaco: sin que quien se hacía cargo del título supiera qué tipo de
hipoteca estaba comprando. Las MBS tenían por objeto permitir a las entidades
que concedían créditos subprime "cumplir" (o, quizás,
sería mejor decir "burlar") con las exigencias de las Normas de
Basilea a propósito de la relación entre el capital y los activos (los créditos
concedidos) de un banco. Las MBS han permitido que un riesgo excesivo por parte
de una entidad financiera fuese traspasado a otra, desconocedora de que asumía
un riesgosubprime.
Así, nos encontramos en la crisis
debido a la asunción de riesgos excesivos y a la transmisión de éstos a
operadores del mercado que son ignorantes de lo que asumen. En la segunda
operación se podría decir que, si no se miente, por lo menos la verdad queda
velada. Las mismas entidades no saben a ciencia cierta la naturaleza de los
riesgos asumidos y por eso una de las consecuencias del estallido de la crisis
—y, a la vez, una de las causas de su extensión— es la falta de confianza. Un
medio de comunicación hace poco decía que los banqueros "no se fían unos
de otros". Y entonces no se prestan dinero entre sí. Las acciones de
Gobiernos y bancos centrales durante varias semanas han enfrentado muchísimas
dificultades para revertir la coyuntura. La pérdida de confianza se debe no a
"errores" —palabra que oculta la naturaleza moral de ciertas
operaciones— sino a falta de honestidad y de transparencia (dicho directamente:
a la mentira) por parte de algunos operadores. Estas malas acciones afectan
incluso la solvencia de aquellos que han actuado honestamente. La crisis
económica a la que nos enfrentamos tiene, por lo tanto, una dimensión moral. No
se trata solo del final de un ciclo. No es que, como es normal en la economía, después de un largo
período de crecimiento económico nos enfrentemos a uno de estancamiento o
decrecimiento. Lo que ahora afrontamos es una coyuntura con más elementos.
ECONOMÍA Y MORAL: ¿UN DIÁLOGO PRODUCTIVO?
Indudablemente, la Economía y la Filosofía Moral son saberes
diferentes y la injerencia de esta última en la primera es rechazada con
justicia por los economistas. Pero a la vez un diálogo entre los saberes puede
ser productivo.
En los últimos tiempos, ha habido
numerosos estudios sobre la importancia del imperio de la ley en el desarrollo
económico, demostrando que la incerteza jurídica daña el crecimiento de los
países, así como la causa de los pobres. Lo aseguraba con claridad un informe
de Naciones Unidas del 3 de junio de este año, entre otros estudios. Es algo,
por lo demás, que concuerda con el sentido común: un empresario será más reacio
a hacer negocios en un contexto económico en el que los tribunales no
garantizarán el cumplimiento de las obligaciones de sus contrapartes
económicas.
No pretendo resolver ahora el secular
problema de la relación entre el Derecho y la Moral. Pero me parece evidente
que están relacionados y que la importancia "descubierta" últimamente
del imperio de la ley no deja de apuntar, aunque sea indirectamente, a la
existencia de un sustrato moral como condición para un buen desarrollo
económico. El profesor Daniel Finn, profesor de Economía y Teología en el Saint John’s School
of Theology de Minnesota, usa la expresión "la ecología moral de los
mercados" para poner de relieve la dimensión moral de éstos, es decir, de
un medio ambiente moral que permita el desarrollo material. Un mercado no es
capaz de crecer sino en un "ambiente" moral concreto. Ésta puede ser
una de las causas del desarrollo rápido de economías de mercado en ciertos
países, en contraste con otros donde parece imposible que ellas arraiguen. No
debe ser casualidad que los índices de desarrollo económico presenten una
correlación estadística inversa con los índices que miden la corrupción en los
países. A nadie se le escapa que una gran corrupción frena el desarrollo
económico de un país. Normalmente, los indicadores de ese nocivo fenómeno
aluden a las administraciones públicas, pero también son aplicables a las
elites empresariales.
Es fácil comprender que cuando uno
realiza una transacción económica lo hace en general con la confianza de que la
contraparte responderá a las obligaciones que contrae. Ciertamente, puede que
esto no ocurra. Y entonces se vuelve importante el funcionamiento del imperio
de la ley de tal manera que ante el incumplimiento de las obligaciones
contractuales pueda un empresario reclamar ante la justicia. El clima natural
de los negocios es el de la confianza y si la posición de partida es que la
contraparte no responderá, el número de las transacciones económicas disminuirá
y el ritmo se ralentizará. Los mercados se paralizan sin una creencia básica en
una cierta honestidad de los agentes económicos. A esto se debe parte de la
crisis a la que nos enfrentamos.
La falta de confianza de la que tanto han hablado los analistas
es, netamente, un problema ético. Se traduce, en lenguaje moral, en la ausencia
de seguridades en el honesto comportamiento de los agentes que actúan en estos
mercados. Los agentes económicos no se fían unos de otros como consecuencia de
la experiencia reciente.
ÉTICA DE LOS NEGOCIOS ¿Y DE LA ECONOMÍA?
En los últimos años, se ha difundido
mucho en el mundo empresarial la idea de que es importante el desarrollo de una
ética de los negocios y, como consecuencia de algunos escándalos —el de ENRON
en EE.UU. es quizá el de mayor magnitud—, las escuelas del área han introducido
en sus currículos las asignaturas de ética empresarial. La necesidad de ésta no
se debe solo a la oportunidad política de formar buenos ciudadanos o a la
exigencia antropológica de un obrar moral; más allá de esto, es una exigencia
del mismo sistema económico. Ya Max Weber se atrevió a conectar el capitalismo
con una base moral en su clásico libro La
ética protestante y el
capitalismo.
A propósito de la desaparición de la
importante auditoría Arthur Andersen, en parte como consecuencia del caso
ENRON, un alto directivo de ella explicaba que el origen de la debacle se
encontraba en la envidia que empezó a surgir entre Arthur Andersen y Andersen
Consulting, cuando por razones operativas el coloso se dividió en dos. La causa
primera de la desaparición de una gigantesca empresa de auditoría fue la
envidia.
Respecto de la actual crisis, una
analista de un importante banco consideraba que una explicación era la ambición desmedida de algunos. La
asunción desproporcionada de riesgos y la velada transmisión de éstos a otros
operadores por medio de novedosos instrumentos financieros, está muy ligada a
los bonus que se cobran en las instituciones
financieras a final de año. Muchos se sintieron tentados a inflar el tamaño de
las operaciones para inflar también así el bonus que obtendrían, varias veces
superior al sueldo.
Economía y moral son saberes diversos, pero la crisis financiera actual, la
enseñanza de prestigiosos economistas como John Kenneth Galbraith y la
conversación presente en el mundo empresarial, ponen de relieve que estos dos
saberes están condenados a entenderse. Un analista comentaba que con esta
crisis estaba aprendiendo mucho del mundo de las finanzas pero que ciertamente
estaba resultando el MBA más caro de la historia. Esperemos que la lección
aprendida sirva en parte para atender en el futuro a la base moral de la economía.