La motivación por la actividad del coach/coaching aparece en las personas y en organizaciones como medio de desarrollo humano. La noción de ayuda, apoyo, acompañamiento solidario para el despliegue de capacidades es interesante en el mundo actual, en el que suele observarse que contingentes de trabajadores en distintas posiciones de la jerarquía laboral necesitan un aporte experto para lograr metas en un mundo enfocado más en la competencia, que en la solidaridad.
Me llamó la atención el siguiente texto que ayuda a entender de qué se trata esta actividad de acompañamiento respetuoso de la libertad y el autodescubrimiento, junto con ayudar a descubrir caminos mediante la reflexión y el diálogo.
EL COACHING ONTOLÓGICO
Rafael Echeverría, Julio Olalla
Podemos dar una
definición del Coaching Ontológico como:
Una disciplina que
aporta una manera diferente de interpretar a los seres humanos, su modo de
relacionarse, de actuar y de alcanzar los objetivos que se proponen para sí
mismos, para sus empresas y para la sociedad.
Uno de los postulados que lo caracterizan es que el lenguaje no sólo describe la realidad, sino que por medio de él se genera la realidad.
Uno de los postulados que lo caracterizan es que el lenguaje no sólo describe la realidad, sino que por medio de él se genera la realidad.
El Coaching Ontológico
es una dinámica de transformación mediante la cual las personas y
organizaciones revisan, desarrollan y optimizan sus formas de estar siendo en
el mundo. Se presenta como una conversación que crea una nueva cultura y
no como una técnica dentro de la cultura subyacente.
En un proceso de Coaching Ontológico el crecimiento ocurre en el dominio del Ser, a través de un aprendizaje transformacional que cuestiona con respeto los modos tradicionales de percibir e interpretar, donde las personas y los equipos interrumpen sus patrones de conducta y comportamiento habituales, para comenzar a operar con mayor creatividad, protagonismo y proactividad; generando competencias emocionales, del hacer, del pensar y de la comunicación.
El Coaching Ontológico es un proceso fundamentalmente liberador del sufrimiento y de las creencias condicionantes que nos limitan. Nos conecta con nuestros recursos y con nuestra capacidad de intervenir, logrando mayor bienestar y efectividad en el logro de los resultados que nos importan.
Nuestras emociones fueron entendidas como aquello que se interponía a la razón, de la misma manera que las pasiones lo hicieron con la vida virtuosa, nuestros anhelos espirituales fueron considerados supersticiones, y nuestro encuentro con el alma de la naturaleza fue considerado una simple proyección de nosotros mismos. Negamos el anima mundi y al hacer eso, desencantamos el mundo. Fuimos abandonados en la inmensidad del cosmos. Dejamos de vernos como parte de un todo y como parte del mundo. La tarea era conocer el mundo exterior a través del dominio de lo racional. El mundo interior fue fundamentalmente abandonado y perdimos la confianza en el: fue visto como el “ámbito de lo subjetivo y lo poco confiable”.
Muchas separaciones resultaron de esta manera de ver el mundo: espíritu y materia, el ser y el mundo, mente y cuerpo, conciencia e inconsciencia. Hoy cuando enfrentamos la inmensidad de nuestra crisis (ecológica, energética, financiera, de salud, política, etc.) nos comenzamos a dar cuenta que es momento de reunir aquello que alguna vez dividimos, de manera de traer de vuelta el alma al centro de nuestro aprendizaje. Una nueva epistemología es necesaria y el coaching es la práctica que hemos desarrollado para explorar esta unión entre lo interno y lo externo, para traer de vuelta la unidad y la completitud al aprendizaje.
Cientos de años creyendo que acumular información y aprender eran casi las mismas cosas, separando lo material de lo espiritual, excluyendo el poder de las experiencias reveladoras, ignorando el rol cognitivo de las emociones, del cuerpo y de la sensualidad, han provocado esta profunda sensación de soledad y desconexión que está comenzando a filtrarse dentro de nuestros huesos. No es de extrañar la epidemia de depresión que estamos teniendo en Estados Unidos y en gran parte del mundo occidental. La depresión se ha vuelto un problema de salud de enorme dimensión. La Organizacional Mundial de la Salud predice que en el año 2010 la depresión será la segunda enfermedad en la lista de los costos de salud. La venta de antidepresivos en el año 2004 alcanzaron los $14 billones de dólares en el mundo de los cuales $9,9 fueron vendidos en los Estados Unidos. Y el consumo de los mismos continua creciendo.
“En consecuencia la desatención que hemos dado los occidentales a la experiencia subjetiva – escribe Willis Harman – ha tenido serias consecuencias en términos de una confusión valórica. Al final, es en el aspecto subjetivo, trascendente y espiritual donde todas las sociedades han encontrado las bases del sentido y de sus más profundos valores”. El ser humano moderno ha sido dejado sin tierra firme donde construir y sostener sus valores. Es en ese vacío que los seudo valores del mercado, de los medios y de la industria de la entretención se han vuelto dominantes, empobreciendo nuestras vidas y privándonos de tener sueños poderosos.
El coaching trae a nuestros procesos de aprendizaje la completitud de la experiencia humana a través de reunir los aspectos interiores con los exteriores de nuestra realidad. Nos provee de acceso a una racionalidad que no niega el poder cognitivo de las emociones mientras nos permite jugar con una pluralidad de perspectivas para aproximarnos a la complejidad infinita de la realidad. Eso requiere en el lado del coach un profundo cuidado, una escucha cariñosa, y un deseo auténtico de servir. Coaching no es facilitar el crecimiento por el sólo hecho de crecer, no es estar al servicio de lograr “más” de lo que nos ha mantenido atrapados por siglos. El Coaching nos enseña a reconocer nuevamente lo sagrado de la naturaleza, y a llenarnos de gratitud por el infinito misterio y belleza que nos rodea.
Gran parte de los problemas de efectividad y sufrimiento que enfrentamos en el mundo actual (de las organizaciones y en la vida personal) está relacionado con incompetencias que presentamos en la forma de conversar y relacionarnos con otros. Por ejemplo, es posible encontrar equipos de trabajo altamente competentes en lo técnico que sin embargo presentan problemas de confianza que hacen difícil la coordinación de acciones, problemas de resentimiento que generan culturas de rumor o problemas de resignación que hacen imposible aprovechar las oportunidades que ofrece el futuro.
En el plano personal muchas personas sufren por su incapacidad de ser escuchados, por su dificultad para reclamar o su dificultad para reconocer el trabajo de otros. Junto a lo anterior, el cambio permanente que se vive en las organizaciones ha transformado la capacidad de aprendizaje, en una habilidad fundamental para la innovación y adaptación de ellas, la capacidad de aprender es hoy la competencia que nos permite enfrentar con éxito la amenaza de obsolescencia a las que nos somete el cambio.
Hoy sabemos que no es suficiente la mera declaración de que queremos cambiar para que entremos en acción, es más, nuestras grandes incompetencias para generar cambios están en el plano de la inteligencia emocional y corporal.
Generar compromiso en los equipos de trabajo, entusiasmo por el futuro, capacidad de reacción ante las permanentes emergencias y crisis que se presentan en las organizaciones requiere de habilidades de inteligencia emocional y corporal que el management tradicional no ha desarrollado. Tener buenas explicaciones de por qué acontecen las cosas no nos asegura que podamos desplegar acciones para hacernos cargo de ellas.
La manera que habitamos el mundo, las acciones que tomamos o no tomamos, está enraizada en nuestro particular modo de percibir e interpretar a nuestro entorno, los que nos rodean y sobre todo, a nosotros mismos. A su vez, esas percepciones se basan en nuestras creencias y valores, en las conversaciones que tenemos, las emociones que experimentamos, nuestra corporalidad y las diversas redes en las que participamos.
No es suficiente desarrollar nuevas tecnologías, nueva legislación, nuevas políticas. Debemos desarrollar una nueva manera de entender el sentido de nuestra existencia en la Tierra.
Pareciera que las crisis del presente, desde el cambio climático hasta la el colapso financiero, son exactamente las fuerzas evolutivas que nos harán salir de nuestra adicción consumista, de la increíble disparidad en la distribución de la riqueza humana, de la ilusión simplista de que todo tiene una salida tecnológica, y nos harán pasar a la cooperación que incontables especies y muchos pueblos indígenas han aprendido antes que nosotros. Pareciera que necesitamos de estas crisis que nos obligan a reflexionar y a entrar en acción.
Necesitamos generar una meta narrativa, una cosmología, que le de sentido y propósito a nuestras vidas, que reencante el Universo para volver a sentirnos parte de él y terminar con esta sensación de separación y aislamiento, en la cual la humanidad ha vivido a través de la Modernidad.
Necesitamos de espacios sagrados en los que revisemos nuestras presuposiciones y dejemos de llamarlas verdades, volvamos a escuchar con respeto nuestros susurros espirituales, nos escuchemos con profunda empatía, y volvamos a practicar el arte del aprendizaje integral, en el que caben todas las dimensiones de la experiencia humana y el anima mundi.
Necesitamos terminar con la conspiración del silencio, la práctica de esconder toda experiencia que no podemos explicar, para reencontrarnos con la belleza del misterio y el poder de las preguntas.
Mi
hija me preguntó el otro día, mientras preparaba una prueba de ética, ¿qué
opinas de Hegel, Papá? Para tales preguntas ya aprendí que es mejor apagar la
TV, respirar profundo… y tomarse unos minutos antes de responder… La
conversación duró hasta altas horas de la noche.
¿Por qué tienes, hija mía, que estudiar a Kant, a Hegel? ¿Por qué como coaches es interesante que lo hagamos?
Pues las obras de estos filósofos son las cumbres más altas de la modernidad, lo más grande que ha podido siquiera pensar, imaginar el genio del hombre, son los inventores de esa posibilidad de ser que llamamos la modernidad: ellos son la cumbre de la fundamentación de los valores de la Ilustración, de la cual se desprende nuestra actual interpretación de los derechos individuales; de la libertad como libertad individual; de la creación de un sistema social, político; incluso de una extraordinaria interpretación de lo religioso; de lo que debe ser la educación, etc. Sobre estos sistemas de pensamiento construimos nuestra actual interpretación de lo que debe ser la escuela, la empresa, la organización social, el Estado, etc. Pues bien, ¿cómo podríamos caracterizar esta postura, (digo, sin caer en demasiados tecnicismos)?
Kant (por allá por 1790) produce lo que, con sus propias palabras, se conoce como el “giro copernicano”. Así como Copérnico nos sacó de la ilusión que la Tierra era el centro del Universo, y todo giraba alrededor de ella, poniendo al Sol en ese lugar (el primero de los traumas que tiene que hacer frente la Modernidad), Kant nos propone un giro epistemológico: el centro de nuestro modo de conocer no es ya la “verdad” que proviene del objeto, sino que pone al centro las condiciones de posibilidad con las que el sujeto constituye lo que conoce. Así, no es que haya un árbol que tenemos que conocer “en su esencia” (como decía Aristóteles), sino que, lo que llamamos “árbol” es un constructo que los sujetos hacemos a partir de un caos de sensaciones que provienen de ese X, que luego “organizamos” –según ciertas categorías propias de nuestra “mente” −o “cerebro”, o “psiquis”, o “alma”, o “conciencia”, etc. Es decir, según Kant, somos nosotros los creadores de aquello que llamamos “árbol”.
Hegel da un paso más. Esa X, que para Kant es una “cosa en sí”, que nunca podemos conocer, pero de la cual podemos decir al menos que es independiente de nosotros (como sujetos cognoscentes), se convierte en su filosofía en un “momento” de la relación: el Espíritu Absoluto pasa por un momento que podemos denominar “objeto”, cuando está en sí mismo; y luego transita hacia otro momento de sí mismo, un momento que podemos denominar “sujeto”, cuando éste se trasforma en conciencia de ese objeto, y luego transita hacia otro momento, en que se convierte en “autoconciencia” y conciencia de los momentos anteriores, y así sucesivamente. La extraordinariamente compleja filosofía de Hegel explica paso a paso las transformaciones que va sufriendo esta entidad que denomina el Espíritu Absoluto en su despliegue en la historia del Universo.
El cuento es que, desde Descartes, pasando por Kant hasta Hegel, el discurso de la modernidad es monológico. Es decir, es un sujeto –un “yo”- que se constituye a si mismo, y que constituye en su despliegue al mundo completo. Ellos permitió el surgimiento de la absoluta individualidad: como decíamos, permite el surgimiento de la idea de individuo y sus derechos, las constituciones que los resguardan, las instituciones que los fomentan, las organizaciones que generan su despliegue, etc.
Pues bien, así surge el modelo del observador en la ciencia moderna. Y no sólo en la ciencia de cuño newtoniano; incluso en la física relativista de Einstein esta concepción se mantiene: allí el observador se convierte en un reloj que es el testigo neutro que recoge el fenómeno. Para la física cuántica el observador estará integrado en el fenómeno, interactuado en él, pero sólo como espectador interfiriente, imposible de eliminar.
Pues bien, así surge el modelo del observador en la ciencia moderna. Y no sólo en la ciencia de cuño newtoniano; incluso en la física relativista de Einstein esta concepción se mantiene: allí el observador se convierte en un reloj que es el testigo neutro que recoge el fenómeno. Para la física cuántica el observador estará integrado en el fenómeno, interactuado en él, pero sólo como espectador interfiriente, imposible de eliminar.
El modelo es tan simple, que rápidamente se extendió a otras regiones del saber como un modelo fácil de interpretación de la realidad. Con algunos maquillajes, entra en el coaching como el modelo “observador, acción, resultado”. Sumado a los aprendizajes de primer y segundo orden a Argydius. Como coaches sabemos lo conveniente que es por su extrema simplicidad.
Dado su origen en el concepto de observador proveniente de la modernidad y del modelo newtoniano de la ciencia, este modelo, según mi opinión, contiene insuficiencias insuperables, que quedan expuestas, principalmente en el espacio ontológico del coaching (es decir, no tanto en el coaching como instrumento).
En el origen del coaching ontológico está justamente la inquietud de superar la modernidad como modo de habitar de los seres humanos la tierra. No porque tal modo sea ineficaz o poco exitoso, sino justamente porque centra su habitar en el éxito y en la eficacia. La propuesta de la modernidad ha demostrado ser insuficiente para desplegar la posibilidad de los seres humanos, y amenaza con destruir sus posibilidades mismas de subsistencia.
Es justamente este sujeto centrado en sí mismo, conversando consigo mismo, en un monólogo con respecto del mundo, apartado de los otros seres del universo, escindido en sí mismo, separado de otros seres humanos, es el que necesita modos de acercamiento “instrumental” − como podría ser una técnica del escuchar, las conversaciones como diseño de objetivos a lograr, incluso del coaching entendido como mera técnica.
El origen del ser humano −declarado desde la ontología más antigua (Heráclito y Parménides) hasta la concepción de Heidegger, refrendada por la última investigación en neurociencias− es un estado inicial compartido; un encontrarse en el mundo ya desde siempre con otros, desde el origen en un estado de dialogo comprensivo. El ser habitantes del mundo es siempre dialógico, por tanto la acción es originariamente siempre y antes que nada inter-relación, inter-acción, o mejor, como dice Thich Nhat Hanh, inter-ser.
Ella, la acción, tampoco se distingue del habitante mismo que habita: habitar es el inter-ser que ilusoriamente llamamos “acción”, como si pudiese existir como modo “independiente” del habitar mismo. Así, si originariamente no hay nada como un observador y una acción; menos hay “resultados” independientes. Es sólo la fragmentación que nos propone la modernidad la que permite esta ilusión. La propuesta del pensamiento sistémico −último intento de pensamiento fragmentario de la modernidad de hacerse cargo del fenómeno originario de la unidad, a partir de supuestos sistemas de retroalimentación− es insuficiente para intentar fundar el coaching ontológico. Tal simplificación, aunque está disfrazado de “ayuda” a la comprensión, termina por retrotraer al coaching como un instrumento del pensamiento moderno; quizá uno muy refinado, pero finalmente un instrumento más de la modernidad.
Según nuestra interpretación, el coaching ontológico es una posibilidad que surge de una “superación” (el aufheben de Hegel: incluir y trascender, como traduce correctamente K. Wilber) de la modernidad. Surge de una reinterpretación de la antigua ontología de la unidad del ser; que por ejemplo, Heidegger saca nuevamente a la luz. Ella permite reinterpretar el fenómeno del lenguaje desde la unidad de la comprensión reflejada en los actos del habla, superando la división gramatical (sujeto – copula (verbo) – objeto (complementos: directo, indirecto, etc.)). Ella permite reinterpretar el fenómeno del escuchar, no como el ejercicio de un “yo” (observador) que “escucha lo que escucha” desde su propia historia monológica, tratando de recorrer un camino que −ya con Descartes y luego con Kant hasta Hegel− se torna infinito tratando de llegar a un “tu” que es “otro observador”; sino que es un volver al estadio de pre-comprensión compartido originario, que ha estado oculto bajo el manto de experiencias, interpretaciones y distinciones diversas. Surge así una nueva interpretación del escuchar, como un acceder a nuestro origen común.
Quizá ya es hora que, desde la pedagogía del coaching, abandonemos modelos simplistas, que a poco andar se convierten en lastres, más que en ayuda para estar al servicio de los seres humanos, que es la inquietud que nos mueve.
Es común que tengamos momentos de lucidez a nivel del lenguaje, en los que alcanzamos nuevas e interesantes interpretaciones para solucionar nuestras dificultades. Para que se produzca la transformación personal con nuevas acciones es preciso que el cambio alcance no sólo el lenguaje, sino también una coherencia entre el cuerpo y la emoción, que de no existir nos devolvería al lugar de partida.
Para entender este fenómeno es importante saber a nivel fisiológico que ha ocurrido. Sabemos que el cerebro humano se compone de tres zonas:
* El cerebro reptil, que procesa las funciones básicas * El cerebro límbico que se encarga del mundo emotivo. * El neocortex, el más reciente que es en donde reside la capacidad de razonar y el lenguaje.
Hemos sido seres emotivos mucho antes de haber tenido la capacidad de razonar. En este mundo emocional, que hemos reemplazado con la razón y el lenguaje, se encuentra una gran sabiduría. ¿Dónde se conecta el mundo emocional con el lenguaje?
Existe un fenómeno que la ciencia ha comenzado a mirar que es el siguiente: si dos personas están en una conversación, puede ocurrir que el vibrar emocional de una se encuentre con el de la otra, produciéndose lo que se llama una resonancia límbica. Cuando esto ocurre el sentido de lo que queremos decir se multiplica, porque va más allá de lo dicho.
Las acciones que los grandes líderes logran realizar tienen que ver con esta capacidad de resonar con el colectivo al cuál se dirigen, asimismo, para que el coaching se produzca ha de darse también esta resonancia.
En la resonancia límbica hay un instante en el que sentimos que empezamos a funcionar al unísono y es entonces cuando la fisiología empieza a ser afectada por la emoción, produciendo la regulación límbica.
Un ejemplo podría ser lo que ocurre con los ciclos menstruales de las mujeres que viven juntas, que al cabo de un tiempo comienzan a ser coetáneos.
También podemos observar que una madre que amamanta a su niño y si éste enferma, la calidad y composición de su leche se transforma para hacerse cargo de la enfermedad del niño. El tema emocional es más que mis sentimientos por un lado y los tuyos por otro, no hay que analizarlo individualmente sino que se trata de espacios de encuentro.
Gran parte de lo que sucede en una conversación tiene que ver con el espacio emocional que se crea, cuando nos encontramos con el coachee en esta danza estamos diciendo mucho más que lo que decimos con las palabras.
En el dominio emocional encontramos dos fenómenos:
La emoción puede ser interpretada como un cambio en la predisposición para la acción: tenemos “a mano” otras acciones diferentes que sin las nuevas circunstancias que dispararon ese cambio, no hubieran sido posibles.
En cambio en el estado anímico, tendemos a recurrir a un estado emocional pre-determinado, histórico, que nos acompaña desde largo tiempo y que las circunstancias no logran provocan ningún cambio.
Un ejemplo de lo comentado anteriormente es que cuando hablamos de Coaching Organizacional y no tenemos la capacidad de observar el estado de ánimo del equipo nos estamos perdiendo algo importante para su desarrollo y aprendizaje. Si están por ejemplo en la resignación será necesario cambiar ese estado para que puedan conseguir acciones diferentes.
Algunos de nosotros hemos perdido la flexibilidad emocional: la rabia es una emoción que es indispensable para la existencia, sin embargo, si vivimos en la rabia, como estado de ánimo permanente nos es difícil vivir.
El punto de conexión entre el mundo emotivo y el del lenguaje tiene que ver con los juicios que hacemos, con nuestra manera de hacer sentido e interpretar: si por ejemplo, voy caminando por la calle y alguien me da un golpe en la cabeza, puedo interpretar que el golpe es un acto injusto y entonces reaccionaré con rabia. Si por el contrario, juzgo que el golpe es un aviso de peligro cambiaré la emoción de rabia por otra.
Mirando otras emociones vemos que la tristeza existe cuando enjuicio que he perdido algo; en cambio en la emoción del miedo enjuicio que algo malo me va a ocurrir.
Al igual que en las emociones, en el estado de ánimo, también hay una interpretación, un juicio, pero no responde a evento concreto que lo desencadena: si por ejemplo vivo con el juicio de que el mundo es peligroso viviré en el estado anímico del miedo.
La reconstrucción lingüística de las emociones busca conectar los discursos que cada uno realiza, con las emociones que experimenta y la disposición a la acción a la que finalmente llegamos. Hay seis emociones básicas (según Susana Bloch) si nos fijamos en dos criterios:
1. La tensión o relajación que genera la emoción 2. La cercanía o lejanía física que genera la emoción
Encontramos que la rabia conlleva alta tensión y cercanía física mientras el miedo tiene alto nivel de tensión y lejanía física, porque existe la tendencia a la huida. La ternura y el erotismo conllevan baja tensión y cercanía física.
La ternura es la emoción en la que el sistema aprende a sentirse seguro: un niño que no conoce la ternura es un niño cuyo sistema límbico no conoce la seguridad. Las caricias son la forma de generar, a través de la fisiología, esa seguridad.
El erotismo está cerca de la ternura. Una sociedad que le tiene miedo al erotismo acaba muchas veces reprimiendo todo acto de ternura. El erotismo es más que la predisposición al acto sexual, tiene que ver también con la apertura a la belleza, con la experiencia mística, con los fenómenos espirituales.
La gratitud es la predisposición de ser un regalo para los demás. A veces no nos atrevemos a ser bellos, atractivos y maravillosos por miedo a mostrar nuestro valor. La gratitud es ser un regalo, no por un intercambio sino simplemente por gratitud. Un coach que se frena a sí mismo en ser precioso y atractivo, está frenando su capacidad de ser un regalo para el otro.
Cuando elegimos y podemos estar en la emoción de la gratitud el mundo nos parece suficiente, no tenemos expectativas y nos alcanza con lo que hay.
La alegría tiene que ver con algo muy distinto a la excitación. El sistema límbico tan sólo puede estar excitado momentáneamente. Cuando una sociedad cambia la alegría por la excitación, los instantes de excitación cada vez tienen menor intensidad y tras ellos aparecen espacios de bajón.
Para que podamos vivir la alegría, es necesario que sepamos vivir la tristeza, esta emoción es esencial en nuestro aprendizaje. Un ser humano al que le importa algo, estará en la emoción de tristeza cuando lo ha perdido y por eso llora.
¿Cómo podría importarnos algo y no tener la tristeza en alguna parte cuando lo perdemos? Puede ser la pérdida de un objeto, de una oportunidad, etc. La emoción del miedo se encuentra asociada a los juicios que hacemos sobre posibles pérdidas. ¿Qué es lo que tememos perder?
La culpa es una emoción que protege la identidad privada. Su origen es que nuestras acciones sean coherentes con nuestros valores, con nuestras normas privadas.
Vivimos en una sociedad en que la culpa se ha transformado en estado anímico permanente, y buscamos razones para tener culpa. Para un ser humano sano, la culpa tiene un valor clave: yo tengo mis principios y si los transgredí tengo que pagar por ello; la disposición de la acción en la culpa suele ser el autocastigo.
La culpa es también una forma de manipular a los demás; si te dicen “vete de vacaciones, que yo me quedo sola”, te sientes violando un principio básico tuyo y en consecuencia, aparece la culpa.
La vergüenza hay que distinguirla de la culpa: en la vergüenza protejo mi identidad pública y en la culpa protejo mi identidad privada.
La vergüenza está relacionada con las normas de la comunidad. Si violamos nuestros valores y las normas de la comunidad, podemos sentir culpa y vergüenza a la vez. Otras veces puedo sentir vergüenza pero no culpa.
La disposición de la vergüenza es a desaparecer o pedir disculpas.
La perseverancia es un juicio de posibilidad, de aprendizaje. “Si sigo insistiendo, lo voy a conseguir, va a resultar...”.
La frustración es un juicio de impotencia, “no se puede hacer nada”. Tiene un toque de rabia, un juicio de injusticia en la vida.
La resignación es más pura que la frustración. En la resignación la acción es inútil. En la frustración hay todavía pelea, estás dando una última oportunidad, todavía no te has rendido.
Hay una emoción que tiene mucho poder negativo en las organizaciones. Es el cinismo. El cinismo es una resignación inteligente. Cualquier persona que crea que existe alguna acción es posible para solucionar las dificultades, desde los ojos del cínico, es un imbécil. Por ello, las personas no quieren estar en desacuerdo con el cínico, para no parecer tontos.
El cínico chupa mucha energía en el colectivo, es un militante activo pues quiere que haya más resignados como él.
La disposición a la acción en el resentimiento es el desquite. Espero la ocasión para el desquite, es secreto, tiene dos elementos clave: el silencio y la revancha.
En la rabia en cambio no hay espera, explotas ahora. El resentimiento tiene un espacio en el tiempo distinto al de la rabia. Cuando una emoción te lleva a la resolución en la acción, es simple y clara, cuando no es así, pueden aparecer problemas de salud.
Es imposible reajustar el mundo emocional sin que haya descargas en el cuerpo: nuevamente el lenguaje, el cuerpo y la emoción están conectados y existe una coherencia entre estos tres mundos. Las lágrimas las vemos, pero a veces existen otras alteraciones corporales que no vemos y que se producen en el proceso emocional.
Hay otra emoción que es la pasión, es la más mística de todas las emociones porque la predisposición a la acción es fundirnos en lo que hacemos, implica un desaparecer en el hacer. El acto de apasionarse es perderse, los místicos hablan desde la pasión. Un coach sin pasión, termina no teniendo compasión y eso hace imposible el coaching.
El opuesto de la pasión es la auto–obsesión, se da cuando buscamos el yo en nosotros mismos y, el yo, se encuentra siempre en el otro.
Cuando estoy contigo devengo en un yo que no puedo ser, si no estás tú.
Es como creer que nuestros pensamientos son debido a nosotros mismos, sin embargo, no podemos pensar si no estamos en un espacio colectivo. Si no aprendemos a hablar a los tres años perdemos la capacidad del lenguaje, pues éste es una contribución colectiva y es inconcebible en la soledad.
Los discursos y los juicios generan emociones y las emociones, a su vez, generan juicios e interpretaciones, no es algo unidireccional, sino que los efectos aquí son también las causas. El mundo emotivo nunca será ajeno al pensamiento, estos son chispazos para mirar pero no son el final de la mirada.
En un proceso de Coaching Ontológico el crecimiento ocurre en el dominio del Ser, a través de un aprendizaje transformacional que cuestiona con respeto los modos tradicionales de percibir e interpretar, donde las personas y los equipos interrumpen sus patrones de conducta y comportamiento habituales, para comenzar a operar con mayor creatividad, protagonismo y proactividad; generando competencias emocionales, del hacer, del pensar y de la comunicación.
El Coaching Ontológico es un proceso fundamentalmente liberador del sufrimiento y de las creencias condicionantes que nos limitan. Nos conecta con nuestros recursos y con nuestra capacidad de intervenir, logrando mayor bienestar y efectividad en el logro de los resultados que nos importan.
Nuestras emociones fueron entendidas como aquello que se interponía a la razón, de la misma manera que las pasiones lo hicieron con la vida virtuosa, nuestros anhelos espirituales fueron considerados supersticiones, y nuestro encuentro con el alma de la naturaleza fue considerado una simple proyección de nosotros mismos. Negamos el anima mundi y al hacer eso, desencantamos el mundo. Fuimos abandonados en la inmensidad del cosmos. Dejamos de vernos como parte de un todo y como parte del mundo. La tarea era conocer el mundo exterior a través del dominio de lo racional. El mundo interior fue fundamentalmente abandonado y perdimos la confianza en el: fue visto como el “ámbito de lo subjetivo y lo poco confiable”.
Muchas separaciones resultaron de esta manera de ver el mundo: espíritu y materia, el ser y el mundo, mente y cuerpo, conciencia e inconsciencia. Hoy cuando enfrentamos la inmensidad de nuestra crisis (ecológica, energética, financiera, de salud, política, etc.) nos comenzamos a dar cuenta que es momento de reunir aquello que alguna vez dividimos, de manera de traer de vuelta el alma al centro de nuestro aprendizaje. Una nueva epistemología es necesaria y el coaching es la práctica que hemos desarrollado para explorar esta unión entre lo interno y lo externo, para traer de vuelta la unidad y la completitud al aprendizaje.
Cientos de años creyendo que acumular información y aprender eran casi las mismas cosas, separando lo material de lo espiritual, excluyendo el poder de las experiencias reveladoras, ignorando el rol cognitivo de las emociones, del cuerpo y de la sensualidad, han provocado esta profunda sensación de soledad y desconexión que está comenzando a filtrarse dentro de nuestros huesos. No es de extrañar la epidemia de depresión que estamos teniendo en Estados Unidos y en gran parte del mundo occidental. La depresión se ha vuelto un problema de salud de enorme dimensión. La Organizacional Mundial de la Salud predice que en el año 2010 la depresión será la segunda enfermedad en la lista de los costos de salud. La venta de antidepresivos en el año 2004 alcanzaron los $14 billones de dólares en el mundo de los cuales $9,9 fueron vendidos en los Estados Unidos. Y el consumo de los mismos continua creciendo.
“En consecuencia la desatención que hemos dado los occidentales a la experiencia subjetiva – escribe Willis Harman – ha tenido serias consecuencias en términos de una confusión valórica. Al final, es en el aspecto subjetivo, trascendente y espiritual donde todas las sociedades han encontrado las bases del sentido y de sus más profundos valores”. El ser humano moderno ha sido dejado sin tierra firme donde construir y sostener sus valores. Es en ese vacío que los seudo valores del mercado, de los medios y de la industria de la entretención se han vuelto dominantes, empobreciendo nuestras vidas y privándonos de tener sueños poderosos.
El coaching trae a nuestros procesos de aprendizaje la completitud de la experiencia humana a través de reunir los aspectos interiores con los exteriores de nuestra realidad. Nos provee de acceso a una racionalidad que no niega el poder cognitivo de las emociones mientras nos permite jugar con una pluralidad de perspectivas para aproximarnos a la complejidad infinita de la realidad. Eso requiere en el lado del coach un profundo cuidado, una escucha cariñosa, y un deseo auténtico de servir. Coaching no es facilitar el crecimiento por el sólo hecho de crecer, no es estar al servicio de lograr “más” de lo que nos ha mantenido atrapados por siglos. El Coaching nos enseña a reconocer nuevamente lo sagrado de la naturaleza, y a llenarnos de gratitud por el infinito misterio y belleza que nos rodea.
Gran parte de los problemas de efectividad y sufrimiento que enfrentamos en el mundo actual (de las organizaciones y en la vida personal) está relacionado con incompetencias que presentamos en la forma de conversar y relacionarnos con otros. Por ejemplo, es posible encontrar equipos de trabajo altamente competentes en lo técnico que sin embargo presentan problemas de confianza que hacen difícil la coordinación de acciones, problemas de resentimiento que generan culturas de rumor o problemas de resignación que hacen imposible aprovechar las oportunidades que ofrece el futuro.
En el plano personal muchas personas sufren por su incapacidad de ser escuchados, por su dificultad para reclamar o su dificultad para reconocer el trabajo de otros. Junto a lo anterior, el cambio permanente que se vive en las organizaciones ha transformado la capacidad de aprendizaje, en una habilidad fundamental para la innovación y adaptación de ellas, la capacidad de aprender es hoy la competencia que nos permite enfrentar con éxito la amenaza de obsolescencia a las que nos somete el cambio.
Hoy sabemos que no es suficiente la mera declaración de que queremos cambiar para que entremos en acción, es más, nuestras grandes incompetencias para generar cambios están en el plano de la inteligencia emocional y corporal.
Generar compromiso en los equipos de trabajo, entusiasmo por el futuro, capacidad de reacción ante las permanentes emergencias y crisis que se presentan en las organizaciones requiere de habilidades de inteligencia emocional y corporal que el management tradicional no ha desarrollado. Tener buenas explicaciones de por qué acontecen las cosas no nos asegura que podamos desplegar acciones para hacernos cargo de ellas.
El
Coaching Ontológico es una disciplina que nace como un intento de hacernos
cargo de las paradojas que tenemos en las organizaciones actuales. Alta
efectividad junto a altas dosis de sufrimiento; especialización técnica junto
a entornos de trabajo tomados por la desconfianza; altas posibilidades
tecnológicas y de recursos para enfrentar el futuro en la resignación.
|
La manera que habitamos el mundo, las acciones que tomamos o no tomamos, está enraizada en nuestro particular modo de percibir e interpretar a nuestro entorno, los que nos rodean y sobre todo, a nosotros mismos. A su vez, esas percepciones se basan en nuestras creencias y valores, en las conversaciones que tenemos, las emociones que experimentamos, nuestra corporalidad y las diversas redes en las que participamos.
No es suficiente desarrollar nuevas tecnologías, nueva legislación, nuevas políticas. Debemos desarrollar una nueva manera de entender el sentido de nuestra existencia en la Tierra.
Pareciera que las crisis del presente, desde el cambio climático hasta la el colapso financiero, son exactamente las fuerzas evolutivas que nos harán salir de nuestra adicción consumista, de la increíble disparidad en la distribución de la riqueza humana, de la ilusión simplista de que todo tiene una salida tecnológica, y nos harán pasar a la cooperación que incontables especies y muchos pueblos indígenas han aprendido antes que nosotros. Pareciera que necesitamos de estas crisis que nos obligan a reflexionar y a entrar en acción.
Necesitamos generar una meta narrativa, una cosmología, que le de sentido y propósito a nuestras vidas, que reencante el Universo para volver a sentirnos parte de él y terminar con esta sensación de separación y aislamiento, en la cual la humanidad ha vivido a través de la Modernidad.
Necesitamos de espacios sagrados en los que revisemos nuestras presuposiciones y dejemos de llamarlas verdades, volvamos a escuchar con respeto nuestros susurros espirituales, nos escuchemos con profunda empatía, y volvamos a practicar el arte del aprendizaje integral, en el que caben todas las dimensiones de la experiencia humana y el anima mundi.
Necesitamos terminar con la conspiración del silencio, la práctica de esconder toda experiencia que no podemos explicar, para reencontrarnos con la belleza del misterio y el poder de las preguntas.
¿Por qué tienes, hija mía, que estudiar a Kant, a Hegel? ¿Por qué como coaches es interesante que lo hagamos?
Pues las obras de estos filósofos son las cumbres más altas de la modernidad, lo más grande que ha podido siquiera pensar, imaginar el genio del hombre, son los inventores de esa posibilidad de ser que llamamos la modernidad: ellos son la cumbre de la fundamentación de los valores de la Ilustración, de la cual se desprende nuestra actual interpretación de los derechos individuales; de la libertad como libertad individual; de la creación de un sistema social, político; incluso de una extraordinaria interpretación de lo religioso; de lo que debe ser la educación, etc. Sobre estos sistemas de pensamiento construimos nuestra actual interpretación de lo que debe ser la escuela, la empresa, la organización social, el Estado, etc. Pues bien, ¿cómo podríamos caracterizar esta postura, (digo, sin caer en demasiados tecnicismos)?
Kant (por allá por 1790) produce lo que, con sus propias palabras, se conoce como el “giro copernicano”. Así como Copérnico nos sacó de la ilusión que la Tierra era el centro del Universo, y todo giraba alrededor de ella, poniendo al Sol en ese lugar (el primero de los traumas que tiene que hacer frente la Modernidad), Kant nos propone un giro epistemológico: el centro de nuestro modo de conocer no es ya la “verdad” que proviene del objeto, sino que pone al centro las condiciones de posibilidad con las que el sujeto constituye lo que conoce. Así, no es que haya un árbol que tenemos que conocer “en su esencia” (como decía Aristóteles), sino que, lo que llamamos “árbol” es un constructo que los sujetos hacemos a partir de un caos de sensaciones que provienen de ese X, que luego “organizamos” –según ciertas categorías propias de nuestra “mente” −o “cerebro”, o “psiquis”, o “alma”, o “conciencia”, etc. Es decir, según Kant, somos nosotros los creadores de aquello que llamamos “árbol”.
Hegel da un paso más. Esa X, que para Kant es una “cosa en sí”, que nunca podemos conocer, pero de la cual podemos decir al menos que es independiente de nosotros (como sujetos cognoscentes), se convierte en su filosofía en un “momento” de la relación: el Espíritu Absoluto pasa por un momento que podemos denominar “objeto”, cuando está en sí mismo; y luego transita hacia otro momento de sí mismo, un momento que podemos denominar “sujeto”, cuando éste se trasforma en conciencia de ese objeto, y luego transita hacia otro momento, en que se convierte en “autoconciencia” y conciencia de los momentos anteriores, y así sucesivamente. La extraordinariamente compleja filosofía de Hegel explica paso a paso las transformaciones que va sufriendo esta entidad que denomina el Espíritu Absoluto en su despliegue en la historia del Universo.
El cuento es que, desde Descartes, pasando por Kant hasta Hegel, el discurso de la modernidad es monológico. Es decir, es un sujeto –un “yo”- que se constituye a si mismo, y que constituye en su despliegue al mundo completo. Ellos permitió el surgimiento de la absoluta individualidad: como decíamos, permite el surgimiento de la idea de individuo y sus derechos, las constituciones que los resguardan, las instituciones que los fomentan, las organizaciones que generan su despliegue, etc.
Pues bien, así surge el modelo del observador en la ciencia moderna. Y no sólo en la ciencia de cuño newtoniano; incluso en la física relativista de Einstein esta concepción se mantiene: allí el observador se convierte en un reloj que es el testigo neutro que recoge el fenómeno. Para la física cuántica el observador estará integrado en el fenómeno, interactuado en él, pero sólo como espectador interfiriente, imposible de eliminar.
Pues bien, así surge el modelo del observador en la ciencia moderna. Y no sólo en la ciencia de cuño newtoniano; incluso en la física relativista de Einstein esta concepción se mantiene: allí el observador se convierte en un reloj que es el testigo neutro que recoge el fenómeno. Para la física cuántica el observador estará integrado en el fenómeno, interactuado en él, pero sólo como espectador interfiriente, imposible de eliminar.
El modelo es tan simple, que rápidamente se extendió a otras regiones del saber como un modelo fácil de interpretación de la realidad. Con algunos maquillajes, entra en el coaching como el modelo “observador, acción, resultado”. Sumado a los aprendizajes de primer y segundo orden a Argydius. Como coaches sabemos lo conveniente que es por su extrema simplicidad.
Dado su origen en el concepto de observador proveniente de la modernidad y del modelo newtoniano de la ciencia, este modelo, según mi opinión, contiene insuficiencias insuperables, que quedan expuestas, principalmente en el espacio ontológico del coaching (es decir, no tanto en el coaching como instrumento).
En el origen del coaching ontológico está justamente la inquietud de superar la modernidad como modo de habitar de los seres humanos la tierra. No porque tal modo sea ineficaz o poco exitoso, sino justamente porque centra su habitar en el éxito y en la eficacia. La propuesta de la modernidad ha demostrado ser insuficiente para desplegar la posibilidad de los seres humanos, y amenaza con destruir sus posibilidades mismas de subsistencia.
Es justamente este sujeto centrado en sí mismo, conversando consigo mismo, en un monólogo con respecto del mundo, apartado de los otros seres del universo, escindido en sí mismo, separado de otros seres humanos, es el que necesita modos de acercamiento “instrumental” − como podría ser una técnica del escuchar, las conversaciones como diseño de objetivos a lograr, incluso del coaching entendido como mera técnica.
El origen del ser humano −declarado desde la ontología más antigua (Heráclito y Parménides) hasta la concepción de Heidegger, refrendada por la última investigación en neurociencias− es un estado inicial compartido; un encontrarse en el mundo ya desde siempre con otros, desde el origen en un estado de dialogo comprensivo. El ser habitantes del mundo es siempre dialógico, por tanto la acción es originariamente siempre y antes que nada inter-relación, inter-acción, o mejor, como dice Thich Nhat Hanh, inter-ser.
Ella, la acción, tampoco se distingue del habitante mismo que habita: habitar es el inter-ser que ilusoriamente llamamos “acción”, como si pudiese existir como modo “independiente” del habitar mismo. Así, si originariamente no hay nada como un observador y una acción; menos hay “resultados” independientes. Es sólo la fragmentación que nos propone la modernidad la que permite esta ilusión. La propuesta del pensamiento sistémico −último intento de pensamiento fragmentario de la modernidad de hacerse cargo del fenómeno originario de la unidad, a partir de supuestos sistemas de retroalimentación− es insuficiente para intentar fundar el coaching ontológico. Tal simplificación, aunque está disfrazado de “ayuda” a la comprensión, termina por retrotraer al coaching como un instrumento del pensamiento moderno; quizá uno muy refinado, pero finalmente un instrumento más de la modernidad.
Según nuestra interpretación, el coaching ontológico es una posibilidad que surge de una “superación” (el aufheben de Hegel: incluir y trascender, como traduce correctamente K. Wilber) de la modernidad. Surge de una reinterpretación de la antigua ontología de la unidad del ser; que por ejemplo, Heidegger saca nuevamente a la luz. Ella permite reinterpretar el fenómeno del lenguaje desde la unidad de la comprensión reflejada en los actos del habla, superando la división gramatical (sujeto – copula (verbo) – objeto (complementos: directo, indirecto, etc.)). Ella permite reinterpretar el fenómeno del escuchar, no como el ejercicio de un “yo” (observador) que “escucha lo que escucha” desde su propia historia monológica, tratando de recorrer un camino que −ya con Descartes y luego con Kant hasta Hegel− se torna infinito tratando de llegar a un “tu” que es “otro observador”; sino que es un volver al estadio de pre-comprensión compartido originario, que ha estado oculto bajo el manto de experiencias, interpretaciones y distinciones diversas. Surge así una nueva interpretación del escuchar, como un acceder a nuestro origen común.
Quizá ya es hora que, desde la pedagogía del coaching, abandonemos modelos simplistas, que a poco andar se convierten en lastres, más que en ayuda para estar al servicio de los seres humanos, que es la inquietud que nos mueve.
Es común que tengamos momentos de lucidez a nivel del lenguaje, en los que alcanzamos nuevas e interesantes interpretaciones para solucionar nuestras dificultades. Para que se produzca la transformación personal con nuevas acciones es preciso que el cambio alcance no sólo el lenguaje, sino también una coherencia entre el cuerpo y la emoción, que de no existir nos devolvería al lugar de partida.
Para entender este fenómeno es importante saber a nivel fisiológico que ha ocurrido. Sabemos que el cerebro humano se compone de tres zonas:
* El cerebro reptil, que procesa las funciones básicas * El cerebro límbico que se encarga del mundo emotivo. * El neocortex, el más reciente que es en donde reside la capacidad de razonar y el lenguaje.
Hemos sido seres emotivos mucho antes de haber tenido la capacidad de razonar. En este mundo emocional, que hemos reemplazado con la razón y el lenguaje, se encuentra una gran sabiduría. ¿Dónde se conecta el mundo emocional con el lenguaje?
Existe un fenómeno que la ciencia ha comenzado a mirar que es el siguiente: si dos personas están en una conversación, puede ocurrir que el vibrar emocional de una se encuentre con el de la otra, produciéndose lo que se llama una resonancia límbica. Cuando esto ocurre el sentido de lo que queremos decir se multiplica, porque va más allá de lo dicho.
Las acciones que los grandes líderes logran realizar tienen que ver con esta capacidad de resonar con el colectivo al cuál se dirigen, asimismo, para que el coaching se produzca ha de darse también esta resonancia.
En la resonancia límbica hay un instante en el que sentimos que empezamos a funcionar al unísono y es entonces cuando la fisiología empieza a ser afectada por la emoción, produciendo la regulación límbica.
Un ejemplo podría ser lo que ocurre con los ciclos menstruales de las mujeres que viven juntas, que al cabo de un tiempo comienzan a ser coetáneos.
También podemos observar que una madre que amamanta a su niño y si éste enferma, la calidad y composición de su leche se transforma para hacerse cargo de la enfermedad del niño. El tema emocional es más que mis sentimientos por un lado y los tuyos por otro, no hay que analizarlo individualmente sino que se trata de espacios de encuentro.
Gran parte de lo que sucede en una conversación tiene que ver con el espacio emocional que se crea, cuando nos encontramos con el coachee en esta danza estamos diciendo mucho más que lo que decimos con las palabras.
En el dominio emocional encontramos dos fenómenos:
La emoción puede ser interpretada como un cambio en la predisposición para la acción: tenemos “a mano” otras acciones diferentes que sin las nuevas circunstancias que dispararon ese cambio, no hubieran sido posibles.
En cambio en el estado anímico, tendemos a recurrir a un estado emocional pre-determinado, histórico, que nos acompaña desde largo tiempo y que las circunstancias no logran provocan ningún cambio.
Cada emoción
tiene su sabiduría, cada una es guardiana de un espacio del ser, cada una
cumple con su rol y, cada una nos dispone a actuar diferente.
|
Un ejemplo de lo comentado anteriormente es que cuando hablamos de Coaching Organizacional y no tenemos la capacidad de observar el estado de ánimo del equipo nos estamos perdiendo algo importante para su desarrollo y aprendizaje. Si están por ejemplo en la resignación será necesario cambiar ese estado para que puedan conseguir acciones diferentes.
Algunos de nosotros hemos perdido la flexibilidad emocional: la rabia es una emoción que es indispensable para la existencia, sin embargo, si vivimos en la rabia, como estado de ánimo permanente nos es difícil vivir.
El punto de conexión entre el mundo emotivo y el del lenguaje tiene que ver con los juicios que hacemos, con nuestra manera de hacer sentido e interpretar: si por ejemplo, voy caminando por la calle y alguien me da un golpe en la cabeza, puedo interpretar que el golpe es un acto injusto y entonces reaccionaré con rabia. Si por el contrario, juzgo que el golpe es un aviso de peligro cambiaré la emoción de rabia por otra.
Mirando otras emociones vemos que la tristeza existe cuando enjuicio que he perdido algo; en cambio en la emoción del miedo enjuicio que algo malo me va a ocurrir.
Al igual que en las emociones, en el estado de ánimo, también hay una interpretación, un juicio, pero no responde a evento concreto que lo desencadena: si por ejemplo vivo con el juicio de que el mundo es peligroso viviré en el estado anímico del miedo.
La reconstrucción lingüística de las emociones busca conectar los discursos que cada uno realiza, con las emociones que experimenta y la disposición a la acción a la que finalmente llegamos. Hay seis emociones básicas (según Susana Bloch) si nos fijamos en dos criterios:
1. La tensión o relajación que genera la emoción 2. La cercanía o lejanía física que genera la emoción
Encontramos que la rabia conlleva alta tensión y cercanía física mientras el miedo tiene alto nivel de tensión y lejanía física, porque existe la tendencia a la huida. La ternura y el erotismo conllevan baja tensión y cercanía física.
La ternura es la emoción en la que el sistema aprende a sentirse seguro: un niño que no conoce la ternura es un niño cuyo sistema límbico no conoce la seguridad. Las caricias son la forma de generar, a través de la fisiología, esa seguridad.
El erotismo está cerca de la ternura. Una sociedad que le tiene miedo al erotismo acaba muchas veces reprimiendo todo acto de ternura. El erotismo es más que la predisposición al acto sexual, tiene que ver también con la apertura a la belleza, con la experiencia mística, con los fenómenos espirituales.
La gratitud es la predisposición de ser un regalo para los demás. A veces no nos atrevemos a ser bellos, atractivos y maravillosos por miedo a mostrar nuestro valor. La gratitud es ser un regalo, no por un intercambio sino simplemente por gratitud. Un coach que se frena a sí mismo en ser precioso y atractivo, está frenando su capacidad de ser un regalo para el otro.
Cuando elegimos y podemos estar en la emoción de la gratitud el mundo nos parece suficiente, no tenemos expectativas y nos alcanza con lo que hay.
La alegría tiene que ver con algo muy distinto a la excitación. El sistema límbico tan sólo puede estar excitado momentáneamente. Cuando una sociedad cambia la alegría por la excitación, los instantes de excitación cada vez tienen menor intensidad y tras ellos aparecen espacios de bajón.
Para que podamos vivir la alegría, es necesario que sepamos vivir la tristeza, esta emoción es esencial en nuestro aprendizaje. Un ser humano al que le importa algo, estará en la emoción de tristeza cuando lo ha perdido y por eso llora.
¿Cómo podría importarnos algo y no tener la tristeza en alguna parte cuando lo perdemos? Puede ser la pérdida de un objeto, de una oportunidad, etc. La emoción del miedo se encuentra asociada a los juicios que hacemos sobre posibles pérdidas. ¿Qué es lo que tememos perder?
La culpa es una emoción que protege la identidad privada. Su origen es que nuestras acciones sean coherentes con nuestros valores, con nuestras normas privadas.
Vivimos en una sociedad en que la culpa se ha transformado en estado anímico permanente, y buscamos razones para tener culpa. Para un ser humano sano, la culpa tiene un valor clave: yo tengo mis principios y si los transgredí tengo que pagar por ello; la disposición de la acción en la culpa suele ser el autocastigo.
La culpa es también una forma de manipular a los demás; si te dicen “vete de vacaciones, que yo me quedo sola”, te sientes violando un principio básico tuyo y en consecuencia, aparece la culpa.
La vergüenza hay que distinguirla de la culpa: en la vergüenza protejo mi identidad pública y en la culpa protejo mi identidad privada.
La vergüenza está relacionada con las normas de la comunidad. Si violamos nuestros valores y las normas de la comunidad, podemos sentir culpa y vergüenza a la vez. Otras veces puedo sentir vergüenza pero no culpa.
La disposición de la vergüenza es a desaparecer o pedir disculpas.
La perseverancia es un juicio de posibilidad, de aprendizaje. “Si sigo insistiendo, lo voy a conseguir, va a resultar...”.
La frustración es un juicio de impotencia, “no se puede hacer nada”. Tiene un toque de rabia, un juicio de injusticia en la vida.
La resignación es más pura que la frustración. En la resignación la acción es inútil. En la frustración hay todavía pelea, estás dando una última oportunidad, todavía no te has rendido.
Hay una emoción que tiene mucho poder negativo en las organizaciones. Es el cinismo. El cinismo es una resignación inteligente. Cualquier persona que crea que existe alguna acción es posible para solucionar las dificultades, desde los ojos del cínico, es un imbécil. Por ello, las personas no quieren estar en desacuerdo con el cínico, para no parecer tontos.
El cínico chupa mucha energía en el colectivo, es un militante activo pues quiere que haya más resignados como él.
La disposición a la acción en el resentimiento es el desquite. Espero la ocasión para el desquite, es secreto, tiene dos elementos clave: el silencio y la revancha.
En la rabia en cambio no hay espera, explotas ahora. El resentimiento tiene un espacio en el tiempo distinto al de la rabia. Cuando una emoción te lleva a la resolución en la acción, es simple y clara, cuando no es así, pueden aparecer problemas de salud.
Es imposible reajustar el mundo emocional sin que haya descargas en el cuerpo: nuevamente el lenguaje, el cuerpo y la emoción están conectados y existe una coherencia entre estos tres mundos. Las lágrimas las vemos, pero a veces existen otras alteraciones corporales que no vemos y que se producen en el proceso emocional.
Hay otra emoción que es la pasión, es la más mística de todas las emociones porque la predisposición a la acción es fundirnos en lo que hacemos, implica un desaparecer en el hacer. El acto de apasionarse es perderse, los místicos hablan desde la pasión. Un coach sin pasión, termina no teniendo compasión y eso hace imposible el coaching.
El opuesto de la pasión es la auto–obsesión, se da cuando buscamos el yo en nosotros mismos y, el yo, se encuentra siempre en el otro.
Cuando estoy contigo devengo en un yo que no puedo ser, si no estás tú.
Es como creer que nuestros pensamientos son debido a nosotros mismos, sin embargo, no podemos pensar si no estamos en un espacio colectivo. Si no aprendemos a hablar a los tres años perdemos la capacidad del lenguaje, pues éste es una contribución colectiva y es inconcebible en la soledad.
Los discursos y los juicios generan emociones y las emociones, a su vez, generan juicios e interpretaciones, no es algo unidireccional, sino que los efectos aquí son también las causas. El mundo emotivo nunca será ajeno al pensamiento, estos son chispazos para mirar pero no son el final de la mirada.
El Coaching Ontológico desarrolla
la actitud y la aptitud para generar nuevas ideas, para crear nuevas
posibilidades, para descubrir nuevos significados, para inventar nuevos
caminos, para encontrar nuevas conexiones, ya sea en el nivel individual o en
el social. Es poder "soltar" lo seguro-conocido, para iniciar un
"viaje" a la región de lo "aún no explorado", para
atreverse a diseñar un por-venir acorde a nuestras inquietudes.
En los últimos años el
aporte de nuevos enfoques científicos como la física cuántica (David
Bohm y Fritjof Capra), la biología del conocimiento (Humberto
Maturana y Francisco Varela), el pensamiento sistémico (Heinz
von Foerster), ciertas corrientes filosóficas (a partir de
Heidegger), la lingüística (a partir de Austin), ciertas corrientes
psicológica(constructivismo, logoterapia, gestalt), el management
moderno (Peter Senge, Stephen Covey) han contribuido al surgimiento de
una nueva interpretación del Ser Humano: el Coaching Ontológico.
La palabra
"Coaching" significa "Entrenamiento" y viene del ámbito de
los deportes donde el coach es el director técnico que le dice a los jugadores
cómo lograr una mejor performance. "Ontología" es una parte de la
filosofía que se define como la ciencia del ser. O sea, literalmente, coaching
ontológico significa entrenamiento en el ser.
El interés y el
entusiasmo por llevar el coaching al ámbito personal, profesional y empresarial
es algo reciente. Existe, sin embargo, mucha confusión acerca de lo que el
coaching ontológico realmente es y cuáles son sus diferencias con respecto al
coaching tradicional. Por ejemplo, es común escuchar a la gente hablar del
coaching como una palabra que describe un gerenciamiento amistoso, supervisar,
intervenir psicológicamente, aconsejar, ser experto en cierto ámbito, etc. El
coaching ontológico no es nada de eso.
2. EL COACHING EN LOS TIEMPOS ACTUALES
El Coaching nace para
hacerse cargo de un quiebre ontológico y epistemológico de la Modernidad: por
siglos dejamos el alma afuera de la esfera del aprendizaje. Hicimos una
separación radical entre el objeto y el sujeto, creando una profunda división
entre el ser humano y el mundo. Afirmamos que la única fuente de significado en
el universo era la conciencia humana y que el principal propósito del
conocimiento era desarrollar la habilidad de predecir y controlar el mundo
natural. Por otro lado, hemos visto al mundo natural como algo impersonal,
mecánico e indiferente a las preocupaciones humanas, nada más que un recursos a
ser usado en nuestro beneficio.
3
Julio Olalla Mayor
Desde su experiencia
sostiene, que no es posible un real cambio en la cultura de las organizaciones
si no se abordan simultáneamente la transformación personal de sus miembros, el
estilo de coordinación de acciones enfocado al logro de los resultados y los
valores que fundan la convivencia al interior de las empresas.